MERIDA (Badajoz)


 


MERIDA

Mérida es una pequeña ciudad cuyo termino municipal cuenta con una poblacion de casi 60.000 habitantes, situada al norte de la provincia de Badajoz siendo capital de la comunidad autónoma de Extremadura y sede de sus instituciones de gobierno. Mérida se encuentra geográficamente casi en el centro de la región, atravesada por los ríos Guadiana y Albarregas y su «Conjunto arqueológico de Mérida» fue declarado por la Unesco, en 1993, Patrimonio de la Humanidad, debido a su importante interés histórico y monumental. Eclesiásticamente, es, junto a Badajoz, sede metropolitana de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz y tiene el título de «Muy Noble, Antigua, Grande y Leal Ciudad de Mérida».
Es la capital de la comarca de Tierra de Mérida-Vegas Bajas y el relieve de su extenso término municipal es predominantemente llano, marcado por la depresión del río Guadiana. Se trata de una planicie que solo se ve alterada por la presencia de algunas pequeñas sierras alejadas de la vega del río, como son la sierra Bermeja (cerca de Mirandilla), la sierra del Machal (cerca de La Nava de Santiago) o la sierra de San Serván (cerca de Arroyo de San Serván). El río Guadiana es el eje principal del territorio, en el que desaguan el río Aljucén y pequeños arroyos que atraviesan las dehesas. Al noreste del municipio se encuentra el parque natural de Cornalvo. En el interior del territorio de Mérida se encuentran varios enclaves independientes: La Nava de Santiago, Aljucén, El Carrascalejo, Mirandilla, Trujillanos, Calamonte y Arroyo de San Serván.
El topónimo de Mérida deriva del latín Emerita, con un significado de «jubilada» o «veterana». Es parte del nombre que recibió la ciudad tras su fundación por el emperador Augusto en 25 a.C., Augusta Emerita, colonia en la que se instalaron soldados veteranos o eméritos. En el año 713 la ciudad es tomada por Musa Ibn Nusair y la ciudad pasa a denominarse Mārida.


Mérida, capital y núcleo institucional de Extremadura, es también referencia turística en todo el mundo debido a su importante conjunto arqueológico y monumental, por el que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1993.
Cuenta con un gran número de monumentos y estructuras de gran importancia que mantienen viva la historia acontecida en la ciudad muchos siglos atrás. No obstante, esa historia viva contrasta con la actualidad y modernidad de los nuevos tiempos, plasmada en los edificios de nueva construcción, modernos y funcionales, que han convertido a la ciudad en todo un referente de ciudad congresual y de servicios.
En su papel como capital de Extremadura, ofrece una amplia oferta hotelera con disposición de establecimientos de categoría y lujo para disfrute del turista y habilitados con espacios utilitarios, salas o disposiciones especiales para eventos, jornadas y congresos.
Además de los recursos y potenciales turísticos mencionados de Mérida, destacar su excelente ubicación, es un lugar privilegiado ya que se encuentra al paso de la A-5 que enlaza Madrid- Lisboa, y también en la vía A-66, afamada Ruta de la Plata que también tiene en Mérida su punto de enlace en su tramo de Gijón con Sevilla. Asimismo se encuentra en proyecto la nueva autovía A-43, que une Mérida con Valencia suponiendo una vía de conexión con el centro oeste, uniendo municipios como Ciudad Real, Manzanares, Tomelloso, Albacete y Almansa.
Actualmente, Mérida tiene una estupenda red de transportes que se verán ampliadas próximamente cuando la línea ferrovial del AVE que una Madrid con Lisboa pase por la ciudad y ofrezca un recurso más para elegir esta como destino turístico.



Mérida es una de las ciudades más importantes desde el punto de vista arqueológico con que cuenta España. Sin duda tan merecida fama le viene por haberse conservado un legado de arquitectura y escultura romanas de primera magnitud en Europa. La ciudad de Mérida es el emplazamiento con más restos romanos conservados en la Península Ibérica. Sus más de 2000 años de historia y la ininterrumpida presencia de pueblos en el solar de la urbe, han dotado a la ciudad de un importantísimo legado que aúna un rico patrimonio romano, visigodo, árabe y cristiano.
El espacio natural sobre el que se asienta la actual ciudad de Mérida, entre los cerros del Calvario y San Albín, flanqueado por los cauces del Guadiana y del Albarregas, fue un lugar idóneo para el establecimiento de grupos humanos que subsistieron gracias a la recolección de frutos, a la caza y a la pesca. Los restos materiales localizados en la cuenca del Guadiana desde el Paleolítico Inferior y Medio evidencian la existencia de ocupaciones humanas en este espacio, hecho que se ha podido constatar gracias a la aparición de vestigios de las industrias líticas propias de estos periodos en el área arqueológica de Morerías y en las zonas ocupadas por los actuales barrios de Bodegones y Abadías. No será hasta el final del Neolítico y Calcolítico cuando, de nuevo, se documenta el asentamiento de pobladores, como muestra el cercano emplazamiento de Araya, y las numerosas muestras de pinturas rupestres esquemáticas en su término municipal.
Prueba de dicho legado historico lo podemos encontrar en el Dolmen del Prado de Lacara situado al noroeste de la ciudad en la carretera que une las pedanias de Aljucen con la Nava de Santiago. Es uno de los más monumentales conservados en el foco alentejano-extremeño, motivo por el que fue declarado bien de interés cultural en 1912​ y Monumento Nacional en 1931.
Los restos hallados en su interior sitúan la creación de este enterramiento por parte de comunidades del Neolítico final, hacia el ocaso del IV milenio a.C. o inicios del III milenio a.C., con reutilizaciones en enterramientos posteriores del Calcolítico a lo largo del III milenio a.C., lo cual es testimonio de la enorme perduración de los ritos funerarios asociados al megalitismo. Incluso algunos elementos hallados, como restos de cerámica campaniforme, las puntas de palmela de cobre o las alabardas, apuntan a una ocupación todavía más tardía de este sepulcro de corredor.​
El conjunto megalítico ha sido reutilizado en diversos períodos históricos, pues fue usado como vivienda en época romana y medieval, algo que afectó irreversiblemente a los enterramientos y ajuares que se depositaron originalmente en su interior. De igual modo, su estructura pétrea ha sufrido diversos atentados, como servir de cantera y ser dinamitado a finales del siglo XIX, suceso que recoge José Ramón Mélida en su Catálogo Monumental y que ha dejado señales como los orificios para los barrenos o cuñas de rotura que se ven en varias piedras de la cubierta.​ Afortunadamente, su robustez y el hecho de que estos eventos únicamente afectaron a algunas partes, como la sufrida cámara, han permitido que todavía hoy pueda imaginarse su imponente aspecto primigenio.


En consonancia con otros megalitos extremeños, el de Lácara se encuentra ubicado en un entorno natural de dehesa de encinas, de suave relieve, ocupando un pequeño cerro que se eleva sobre el paraje circundante y próximo a varias corrientes de agua, entre las que destaca el río Lácara, que discurre al este del monumento. En el entorno abundan los afloramientos graníticos que en su momento proporcionaron la materia prima necesaria para edificar el sepulcro. Estas particularidades de su emplazamiento han hecho pensar a investigadores que además de lugar de enterramiento y símbolo del pueblo que lo erigió, estos megalitos pudieron ser también demarcadores territoriales o hitos de referencia en la ordenación de este territorio en la prehistoria. También se ha especulado con su ubicación estratégica en relación con caminos y zonas de paso.​
A pesar de todas las teorías, lo cierto es que este megalito se halla relativamente aislado, pues los dólmenes más cercanos, como el de Carmonita o la Cueva del Monje, distan entre 13 y 15 km a vuelo de pájaro, lo que dificulta establecer que formara parte de un conjunto organizado de enterramientos colectivos. En cualquier caso, se suele considerar que los dólmenes de las cercanías de Mérida pueden constituir una prolongación oriental del denso núcleo megalítico de Alburquerque-Villar del Rey-La Roca de la Sierra, según se deduce de su posición geográfica.


Según la opinión más difundida y secundada, la ciudad fue fundada en el 25 a.C. con el nombre de Colonia Iulia Augusta Emerita​ por el legado Publio Carisio, y orden de Octavio Augusto, para los soldados eméritos licenciados del ejército romano, de dos legiones veteranas de las guerras cántabras: Legio V Alaudae y Legio X Gemina. El término emeritus significaba en latín «retirado» y se refería a los soldados licenciados con honor. Dichos militares se ubicarían en o cerca de un poblado prerromano o romano ya existente, pero en todo caso mezclados, puesto que Estrabón cita expresamente a Mérida entre las ciudades «sinoicísticas», esto es, de población mixta indígena y romana.​ Sus ciudadanos romanos fueron adscritos a la tribu Papiria.​
La ciudad fue la capital de la provincia romana de Lusitania. Se inicia así un periodo de gran esplendor del que dan testimonio sus magníficos edificios: el teatro, el anfiteatro, el circo, los templos, los puentes y acueductos. Durante siglos y hasta la caída del Imperio romano de Occidente, Mérida fue un importantísimo centro jurídico, económico, militar, cultural y una de las poblaciones más florecientes en época romana, que Ausonio catalogó en noveno lugar entre las más destacadas del Imperio (incluso por delante de Atenas) y en el siglo IV se convirtió en la capital de la Diócesis Hispaniarum.
De la antigua colonia quedan vestigios de su bien trazado urbanismo: calles y calzadas, cloacas, diques, puentes, acueductos, presas, viviendas, necrópolis, foros con sus templos y colosales edificios para celebrar juegos escénicos o circenses. El Museo Nacional de Arte Romano nos acerca al devenir de aquella gran ciudad de la antigüedad.


Todas las ciudades romanas se construían siguiendo, aproximadamente, el mismo modelo aunque cada una se tenía que adaptar al terreno sobre el que se iba a levantar. Lo primero que hacían era delimitar el territorio que iba a ocupar la ciudad y construir una muralla. Restos de ella se pueden ver en el recinto del Teatro y Anfiteatro, en la Alcazaba árabe, en Morería, en la calle Anas, etc. Posteriormente trazaban, perpendiculares, las dos calles principales de la ciudad: el Decumanus Maximus y el Kardo Maximus.
Parte del decumanus maximus se puede ver en la calle Santa Eulalia. Estas dos calles finalizaban en la muralla y en esos puntos se abrían cuatro puertas principales. Las bases de la que estaba por la entrada del puente sobre el Guadiana se pueden ver en el Alcaçarete (donde está la actual entrada a la Alcazaba). El resto de calles se hacían paralelas a las dos principales. En los espacios que quedaban entre las calles: manzanas, se construían las casas y los diferentes edificios públicos. En Mérida conocemos casas de familias adineradas puesto que son las que mejor se han conservado. Unas se levantaron en el interior de la muralla y otras en el exterior. En general, se construían en torno a uno o dos patios que solían tener un estanque en el centro que estaba rodeado de columnas -peristilo-; así mismo, solían estar decoradas con pinturas y mosaicos: Casa del Anfiteatro, Casa de Mitreo, casas de Morería, de la Alcazaba, de la Cripta de Santa Eulalia, casa Basílica, etc.

La Casa del Anfiteatro se denomina asi por situarse junto al anfiteatro. Esta zona arqueológica se encuentra fuera de las murallas de Augusta Emerita, en una zona donde cohabitaron viviendas con espacios funerarios e industriales. Engloba dos casas: la Casa de la Torre del Agua y la Casa del Anfiteatro, datadas a finales del siglo I d.C., que pervivieron hasta el siglo III. Tras su abandono, a comienzos del siglo IV, sobre ellas se ubicó una necrópolis.
Una vez se accede al recinto, lo primero que se observa es una construcción de planta rectangular en cuyo interior se decantaban de impurezas las aguas que llegaban de la conducción hidráulica de San Lázaro, que también podemos ver. Desde esta torre, partían dos ramales, uno orientado hacia los cercanos edificios de espectáculo y otro hacia la zona central de la ciudad. Un tramo de este último podemos verlo en la cripta del Museo Nacional de Arte Romano.
De la Casa de la Torre del Agua poco es lo que se conserva, ya que quedó arruinada por el paso de un arroyo. Este arroyo era salvado por la conducción hidráulica de San Lázaro por un arco, cuya clave de granito está decorada con una cabeza de león.
La Casa del Anfiteatro es un complejo doméstico de gran extensión. Parte de él se articula en torno a un patio porticado de planta trapezoidal, ajardinado en su parte central, donde también existe un pozo y una fuente. Una de las habitaciones que da a este patio, posiblemente un comedor o triclinio, tiene un suelo de mosaico en cuyo emblema central se representan con realismo escenas de vendimia y de la pisa de la uva, así como a Venus acompañada de un Amorcillo. En el lado nororiental de esta zona de la casa se ubica la cocina y un conjunto termal. Hacia el sudeste se articula otro grupo de habitaciones. Una de ellas, de considerables dimensiones, probablemente fuera un comedor, tiene un suelo de mosaico en el que se representa un nutrido y realista muestrario de fauna marina.
En el lado más próximo al Anfiteatro, podemos ver restos del mausoleo de Cayo Julio Succesianus, del siglo II pero modificado durante la centuria siguiente. En él apareció un dintel con la representación humanizada de los dos ríos que flanquean la ciudad: el Anas (Guadiana) y el Barraecca (Albarregas).









La Casa del Mitreo fue hallada fortuitamente a comienzos de la década de 1960 y se encuentra situada en la falda meridional del cerro de San Albín. Su nombre se debe a la vinculación en su momento de unos restos dedicados al culto a Mitra aparecidos en el solar ocupado por la plaza de toros. La casa, situada extramuros de la ciudad romana, se construyó a finales del siglo I ó comienzos del siglo II. Algunas de sus estructuras y decoraciones son de fechas posteriores dadas las remodelaciones que su uso, a lo largo de varios siglos, hizo necesarias. Sus dependencias se distribuyen en torno a tres patios que articulan la vida de la casa y le proporcionan luz y ventilación. Está pavimentada con uno de los mosaicos más interesante aparecido en la ciudad: el Mosaico Cosmológico. En él se personifica la concepción del mundo y de las fuerzas de la naturaleza que lo gobiernan, junto con alguna actividad humana.
Se organiza en planta en torno a dos peristilos y un atrio, aunque no se encuentran bien definidos los límites de la casa. A esta se accedía por el noroeste, donde se aprecia un corto pasillo que conduce a un atrio, lo que hace suponer que tuviera alguna relación con el santuario mitraico. El atrio está formado por un cuadrilátero que tiene en cada uno de sus ángulos columnas graníticas de estilo dórico-toscano, de las que se conserva una casi completa. Existen restos de decoración pictórica en el noroeste, a base de un zócalo con imitación de mármoles jaspeados en forma de rombos. A la derecha del atrio se conserva una estancia cuyo pavimento lo constituye un mosaico, conocido como «Mosaico cosmogónico». De la decoración poco se conserva.
Por medio de un pasillo se accede a un peristilo con estanque rectangular con cuatro columnas a cada lado. Las columnas se apoyan sobre una base estucada en rojo. Los espacios de los intercolumnios están cerrados a media altura por murete de ladrillo con abertura al norte y oeste. En las esquinas se conservan restos de pinturas. Abierta a este peristilo se encuentra otra estancia denominada «Habitación de las pinturas», techada para preservar sus zócalos decorados.
Por la derecha del peristilo anterior y por medio de un pasillo, se accede a un segundo peristilo, de mayores proporciones. El centro ocupa un jardín, rodeado por un canal de 50 cm de profundidad, revestido de terrazo, que, en su lado oeste, se ensancha en su parte inferior. Todo ello forma un conjunto rectangular con cinco columnas en los dos lados mayores y cuatro en los menores, y pavimento de mosaico. Alrededor de este peristilo se organizan una serie de estancias, entre ellas tres situadas al norte, con pavimentos de mosaico geométrico en blanco y negro, y paredes con pinturas. Al oeste se encuentra una cisterna con cubierta abovedada, de la que se conserva el arranque, que se alimentaba por medio de un canal que comunicaba con el peristilo. En el ala sur se prolonga el pasillo hasta dos habitaciones con pavimento de mosaico. Al este discurre un pasillo con diversas estancias. En el ángulo sureste se sitúan unas escaleras que conducen a dos habitaciones subterráneas con bóvedas y ventanas elevadas. Estas habitaciones y la escalera conservan restos del enlucido y de pinturas.







Cuando un romano moría era enterrado fuera de la ciudad, al borde de las calzadas. De esas áreas funerarias se han excavado en Mérida numerosos restos aunque los más llamativos son los que se conservan en el Área de los Columbarios puesto que allí se han mantenido los mausoleos completos. Dentro del mismo recinto monumental se encuentra el Área Funeraria de los Columbarios. Un columbario era un pequeño edificio con nichos, destinado a alojar las urnas con las cenizas de personas pertenecientes a una misma familia romana (normalmente de clase alta). El hallazgo de dos columbarios romanos en muy buenas condiciones dio nombre a este área funeraria, que contiene además numerosos elementos relacionados con los enterramientos en diferentes épocas históricas.
Según la costumbre romana los enterramientos se hacían fuera de las ciudades, normalmente junto a los caminos y vías de acceso. En este caso se situaba muy cerca de la puerta de acceso al Cardo Maximus por la zona sur. En la zona de los Columbarios encontramos tumbas de diferentes tipo, lápidas con dedicatorias y epitafios de las diferentes culturas que pasaron por Mérida, esculturas y adornos… Todo ello en un entorno ajardinado en el que se han plantado especies relacionadas con los ritos funerarios romanos.
En el jardín anexo, se pueden contemplar otros edificios funerarios, característicos del siglo IV, que, excavados y puestos en valor recientemente, se denominaron popularmente "Bodegones" o "Cueva del latero" por haber servido de vivienda, en las décadas centrales del siglo XX, a una familia de hojalateros. Otras edificaciones funerarias de menor entidad, un jardín funerario y un centro de interpretación al aire libre, permiten reconstruir en este recinto el mundo funerario en época romana.






En la intersección de las dos calles principales, los romanos dejaban un amplio espacio para edificar en él su plaza pública: el foro. Allí se levantaban los edificios desde los que se organizaba la vida de la ciudad y en los que se establecían las relaciones de la comunidad. En Mérida se conoce relativamente bien la traza urbana del mismo. Tras la fundación de la ciudad se construyeron 3 complejos arquitectónicos públicos articulados por el cardo máximo, vía principal de la ciudad. La Plataforma central, tradicionalmente definida como Foro de la colonia y presidida por el llamado templo de Diana, se dispuso ocupando el espacio de las seis manzanas al sureste del cruce entre el cardo y el decumanus máximos. Al oeste del cardo máximo se edificaron dos recintos públicos de posible carácter sacro: la Plataforma occidental 1 donde se inscribía el templo de la c/ Viñeros, cuyo paralelo más cercano se encuentra en el templo del Divo Iulio en el Foro de Roma y, limitando con este recinto hacia el norte, la Plataforma occidental 2 donde se situaba el complejo público de la c/ John Lennon, interpretado como schola iuvenum: sede de una corporación de la juventud.  
En la segunda mitad del siglo I d.C esta área central construida en época augustea sufrió una modificación sustancial con la ejecución de un gran proyecto urbanístico que provocó la creación de un nuevo conjunto público en su lado oriental y un cambio de la organización arquitectónica de la plaza augustea. Todas las edificaciones públicas que se situaban alrededor de la primera plaza forense fueron derribadas de forma sistemática excluyendo al llamado templo de Diana y su entorno inmediato. En este nuevo proyecto urbanístico de la segunda mitad del siglo I d.C. se reelaboraron en mármol la plaza, los pórticos que la flanqueaban y la gran basílica judiciaria en el extremo opuesto de la cabecera donde se situaba el templo. Como eje vertebrador de este nuevo proyecto urbanístico se diseñó la Plataforma oriental, denominada tradicionalmente Pórtico del Foro o Foro de Mármol, consistente en un recinto sacro presidido por un templo y delimitado por un tripórtico, siendo visibles parte de sus restos en la calle Sagasta. Ambos conjuntos, la Plataforma oriental y el nuevo proyecto de la Plataforma central, formaban parte de un único y monumental programa arquitectónico de época flavia (segunda mitad del siglo I d.C). 



El Pórtico del Foro Municipal en Mérida es una joya del patrimonio histórico y arquitectónico de España. Ubicado en la Calle Sagasta, esta maravilla arqueológica nos permite viajar en el tiempo hasta la época de los romanos. El pórtico, una esquina de un complejo mucho más grande, formaba parte del Foro Municipal de Augusta Emerita, la antigua Mérida.
Mérida, conocida en tiempos romanos como Augusta Emerita, fue una ciudad de gran relevancia tanto a nivel administrativo como político. Como colonia y capital de la provincia de Lusitania, la ciudad contó con dos foros: uno municipal y otro provincial. El Pórtico del Foro Municipal formaba parte del primero, una plaza donde se discutían los asuntos civiles y donde se rendía culto a las divinidades del panteón romano.
Este magnífico pórtico se erigió en el siglo I d.C., inspirado en el Foro de Augusto en Roma. Su ubicación y arquitectura lo convierten en una de las obras maestras del urbanismo romano, reflejando la riqueza y la cultura del Imperio.
El Pórtico del Foro Municipal es conocido por su opulencia arquitectónica. Estaba íntegramente revestido de mármol, y todavía se pueden apreciar restos de este material en algunas áreas del monumento. Las grandes columnas corintias sostienen un entablamento adornado con intrincadas metopas. En el ático se alternan medallones con cabezas de Júpiter-Amón y Medusa, así como cariátides que portan cráteras.
El diseño de este pórtico era un despliegue de arte y poder. Sus muros de cierre cuentan con grandes hornacinas destinadas a albergar estatuas, tanto de la familia imperial como de divinidades y mitos relacionados con la historia de Roma y la familia de Augusto.
El pórtico no era solo una obra maestra arquitectónica, sino también un escaparate propagandístico que rendía homenaje a los orígenes míticos de Roma y a su legado. Los medallones con la cabeza de Júpiter-Amón representan el sincretismo cultural entre las civilizaciones romana y egipcia. Medusa, por otro lado, tiene una significación mitológica y apotropaica, convirtiendo a la piedra a quienes la miraban y ofreciendo protección al lugar. Añadiendo a su atractivo, el Pórtico del Foro era también un centro comercial y religioso de la época. Se ubica cerca del Templo de Diana y se cree que estaba flanqueado por tiendas, tabernas y administraciones. Las termas, el Templo de Marte y una basílica también podrían haber formado parte de este grandioso conjunto urbanístico.


El denominado Templo de Diana es un templo romano construido en el siglo I d.C. que se levantó en el foro municipal de la ciudad romana siguiendo la configuración habitual de los templos de la antigüedad clásica y es el único edificio religioso romano que ha perdurado en Mérida en un aceptable estado de conservación. En realidad estaba dedicado al culto imperial, no a la diosa Diana, y debió ser uno de los templos principales de la urbe, a juzgar por su dedicación y por el lugar preeminente que ocupaba en el espacio urbano.
El momento en el que realizó esta obra sigue siendo motivo de consideración. Algunos aspectos formales, como los cánones de los capiteles y el desarrollo de la moldura del podio, o la utilización de un material como el granito, son rasgos de la arquitectura que se desarrolla a lo largo del siglo I d.C. desde la etapa de Augusto. Dentro de este período amplio, las últimas conclusiones apuntan al gobierno de Tiberio, al que con gran probabilidad pertenecería una representación escultórica encontrada en las excavaciones del templo en el siglo XIX, como momento de construcción del templo. Existen algunos detalles que indican actividad constructiva en el mismo durante la posterior etapa de los Flavios.​
En el siglo XVI se construyó en la cella, la sala interior del templo, el Palacio del Conde los Corbos, un inmueble que en parte ha asegurado la pervivencia de la obra romana.​ Este palacio tiene portada, ventanas y una doble galería de estilo renacentista para cuya construcción se aprovecharon materiales romanos y visigodos. En dos de sus ventanas se aprecian detalles decorativos de gusto mudéjar. En junio de 2018 se inauguró un centro de interpretación en el palacio de los Corbos, financiado gracias a las aportaciones de los socios Mecenas, que desarrolla su contenido en torno a la importancia del edificio en época romana y sus usos posteriores.



El templo se llama «de Diana» desde que en el siglo XVII así lo identificara el historiador local Bernabé Moreno de Vargas. Sin embargo, en las excavaciones arqueológicas en el entorno del edificio se han encontrado en momentos diferentes varias imágenes escultóricas que han permitido discernir el sentido de su culto. A finales del siglo XIX apareció la escultura de un emperador de la dinastía Julio-Claudia, probablemente Tiberio o Claudio. Luego, relacionado también con la persona del emperador, se encontró el «Genius Augusti», símbolo de la divinización del emperador. Y completa este conjunto significativo un pequeño bronce de etapa antoniana que representa al Genio del Senado, representación del carácter divino del Senado romano. Además de todos estos significativos hallazgos, hay que considerar una inscripción que alude a un flamen, un sacerdote del culto imperial. Todo lleva a pensar que el templo en realidad estuvo dedicado al culto imperial, y como tal en su interior se veneraba tanto la imagen del emperador como la del Senado divinizado, un culto extensible también a la diosa Roma. La ubicación de este templo de culto oficial en el área preeminente del foro de esta colonia romana y en lugar elevado corrobora la finalidad del mismo.


El llamado templo de Diana estaba emplazado en lo que fue el foro central de Mérida, próximo al cruce de las dos vías principales de la ciudad, el cardo y el decumano, cuya línea sigue la actual calle de Santa Eulalia, y sería uno de los edificios monumentales que acotaron este espacio. Orientado de norte a sur, su fachada posterior sería paralela al decumano. Dentro del espacio amplio del foro, el templo se concibió con su propio recinto ajardinado, abierto al foro, mediante un pórtico de pilastras y con dos estanques frente a las fachadas mayores.
La estructura de este templo es similar a la de otros como la Maison Carrée de Nimes o los templos dedicados a Augusto en Vienne y Barcelona.​ La construcción de planta rectangular se eleva sobre un podio alto de 3,23 m revestido de sillares bien recortados y dispuestos a soga y tizón, que remata con una cornisa moldurada. Sobre este podio se eleva una columnata de la que conservamos poco más de la mitad de las columnas, suficientes para ofrecer una visión general de su volumen original. Es un templo períptero es decir, rodeado de columnas con un pórtico hexástilo, seis columnas en su frente y once columnas en los laterales mayores. Las proporciones de su planta son 32 × 18,5 m, mientras que las columnas tienen una altura de ocho metros.​
Las columnas se apoyan sobre basas áticas y tienen el fuste estriado. Sobre los capiteles de orden corintio en algunos tramos pervive la viga del arquitrabe, cuyo adorno original podemos adivinar por algunos fragmentos recuperados en las excavaciones. No queda ningún resto de la cubierta original del edificio más arriba de este arquitrabe, si bien el hallazgo de algunas piezas sueltas hace suponer que el frontón triangular contaba con un arco de medio punto de descarga, hoy reconstruido y bien visible, similar al del Templo de Augustobriga en Talavera la Vieja, Cáceres.​
Todos los elementos se elaboraron en piedra de granito, extraída de diversas canteras de los alrededores de Mérida, pero el acabado exterior que ahora presentan es muy distinto al original. Irían recubiertos de estuco, como se ha podido comprobar en algunos sillares donde todavía permanece adosado al granito, con lo cual se disimulaba la tosquedad de esta roca y se perfilaban con más refinamiento los adornos de las columnas y los capiteles. Es posible incluso que el basamento fuera también recubierto de este modo, como hace suponer algún fragmento de estuco localizado en su superficie.​
El interior del templo, la cella, por ahora no se puede reconstruir. Apenas quedan algunos basamentos internos que nos permiten entrever la división de este lugar sagrado mediante columnas y la prolongación de su espacio hasta el primer intercolumnio lateral, de modo que existió un pórtico de tamaño reducido en la parte delantera. Después del derribo de algunas casas adosadas al edificio romano, se ha constatado que la fachada principal estaba en el lado sur, donde se ha descubierto el arranque de la escalinata del templo. Como parte del conjunto religioso, a ambos lados de la fachada existían dos estanques con sus respectivos canales.





Como Mérida era capital de la Lusitania, tuvo otro espacio conocido como Foro Provincial y que en realidad se trataba de un gran recinto dedicado al culto imperial de carácter provincial. Éste se situó en las inmediaciones de la Plaza de la Constitución. El Arco de Trajano daba acceso a esta gran plaza porticada en cuyo centro se situaría el templo dedicado al culto imperial, cuyos restos se encuentran en la calle Holguín. Este “foro” se construyó en época del emperador Tiberio. A mediados del siglo I d.C. se inician las obras de marmorización del Foro Provincial en época del emperador Claudio, aprovechando el período de crecimiento económico en toda la Hispania Romana.
Desde los inicios de la república romana, la configuración de cualquier ciudad romana de nueva planta se hacía estableciendo sus límites, con una gran plaza central desde la cual saldrían sus dos calles principales. Puesto que Emérita Augusta se fundó como colonia, su distribución se haría conforme a los estándares de la época, con un único foro. No fue hasta el año 1976, bimilenario de la ciudad, cuando el arqueólogo Almagro Bash propuso la existencia de un segundo foro, el Foro Provincial, en un área al que daba acceso el mal llamado Arco de Trajano. La aparición de los restos del templo de culto imperial en 1983 en la calle Holguín reforzarían esta idea. Sin embargo, actualmente continúa en estudio esta teoría, sobre si existió el Foro Provincial o si se trataba de una plaza pública dedicada al culto imperial.
El Foro Municipal sería el único foro de la ciudad, ya que se trata no sólo del más antiguo, sino el que contenía todas las edificaciones civiles, administrativas, jurídicas y religiosas. Estas mismas edificaciones servirían tanto para el control de la provincia como de la propia ciudad. Además, se encuentra construido en el punto más alto de la ciudad, a modo de acrópolis, y a partir de la cual se iniciaban tanto el Cardo Maximus como el Decumanus Maximus, que describirían el urbanismo de la ciudad. Años más tarde, los distintos pueblos que ocuparon Mérida (Godos, Vándalos, Alanos, Suevos, Visigodos y pueblos norteafricanos) utilizaron este mismo recinto como sede del poder político tanto para sus respectivas demarcaciones como para el control de la ciudad, hasta la desmantelación de la ciudad por Abderramán II y el traslado del centro de poder al interior de la Alcazaba.
El nombrado "Foro Provincial" se construyó en el siglo I d.C. cuando el emperador Tiberio decidió crear la nueva religión imperial, en la cual el Emperador adquiría el rango de divinidad (como medio político de centralizar el poder y, en cierta medida, alejarlo del concepto de monarquía que tanto repudiaba el pueblo de Roma). Para expandir esta nueva religión, se ordenó que las ciudades más importantes contaran con recintos donde se diera culto al Emperador, con edificios notables que sobresalieran en la ciudad. En Emérita Augusta, se derribaron varias manzanas de edificios y se comenzó la construcción de una plaza porticada con una gran entrada y un templo en honor al Emperador. Los restos de este templo se encuentran en la actual calle Holguín, aunque debido a su tamaño se podrían encontrar restos en calles adyacentes. Puesto que en este recinto no había edificios administrativos ni de carácter legislativo, los investigadores sostienen que no se trató de ningún Foro, sino de una plaza pública de carácter religioso.
Otra de las razones que exponen para mostrar que este "foro" carecía de la importancia debida para ser considerada como tal, es que tras la implantación del Cristianismo como religión oficial, el templo imperial fue perdiendo importancia hasta su clausura, momento a partir del cual fue desmantelado y sus restos fueron reaprovechados para la construcción de viviendas, algunas adosadas al basamento del propio templo y de los muros de la plaza. Debido a que Emérita Augusta obtuvo mayor importancia en los últimos años del Imperio, al ser la sede de la Diócesis Hispaniarum y hogar del Vicarius, no tiene ninguna lógica que coincida con el período de desmantelamiento de la plaza, cuando debería de tener mayor protagonismo.




El conocido como Arco de Trajano es una puerta de acceso con arco monumental romano que recibe esta denominación debido a que en su momento se pensó que era un arco triunfal.​ El arco ha sido conocido tradicionalmente en la ciudad como «de Trajano», sin ningún fundamento que lo relacione con ese emperador.
El propósito de su creación, aunque ha sido objeto de diversas interpretaciones, fue el de establecer un hito significativo en la trama urbana de la ciudad romana, aspecto que viene definido a través del contenido de la forma del arco y de la grandiosidad de la escala con la que se proyectó. El hecho de que se haya perdido su revestimiento, y con él las inscripciones que pudieran documentarlo, hace muy difícil concretar el momento de su realización.​
Según el trazado general de Mérida, desde el punto en que se encuentra el arco se puede seguir una alineación hasta el río Albarregas que marcaría el trazado del cardo máximo, una de las dos vías más importantes de la ciudad romana, lo cual parecen corroborar los restos de una importante cloaca localizados por el arqueólogo Manuel de Villena y Moziño en el siglo XVIII.​ Teniendo en cuenta esta situación, el arco de Trajano fue considerado como límite de esta vía, también como puerta monumental de entrada al supuesto primer recinto de la ciudad​ o posible arco triunfal, propuesta esta última que se ha repetido por la mayor similitud de este arco a los arcos de triunfo que a las puertas monumentales.​
En las excavaciones arqueológicas en el entorno del arco se han encontrado algunos bronces, restos de escultura ornamental e inscripciones que hacen suponer la existencia de un segundo foro en Augusta Emerita, aparte del foro municipal bien conocido y ubicado en la confluencia del cardo y el decumano. Tendría carácter de foro provincial, el de la Lusitania de la que era capital Mérida, con su templo de culto imperial y edificios monumentales. El Arco de Trajano quedaría inserto en este conjunto urbano, en el cual cumpliría la función de elemento delimitador de espacios con distinto significado, al tiempo que constituiría la entrada monumental del gran espacio cerrado que sería este segundo foro de la ciudad.
Es un arco de medio punto que tiene una altura de unos quince metros, incluyendo los dos metros de su base que ahora quedan enterrados bajo el pavimento. La luz de su arco es de casi nueve metros y de un extremo al otro de sus contrafuertes cuenta con trece metros. El material empleado para su construcción fue el granito, con el que se recortaron de manera regular grandes sillares y dovelas de 1,4 m de altura. En origen estas piedras estaban recubiertas ornamentalmente con mármol, como parece indicar la serie de orificios que se aprecian en dovelas y sillares.


Los romanos eran politeístas, es decir, adoraban a muchos dioses, incluidos los emperadores. Normalmente, cada uno de ellos les protegía o apoyaba en un aspecto de su vida y a los que dedicaban templos. Además de los que ya hemos mencionado, en Mérida quedan restos de un templo dedicado al dios de la guerra: Marte, que se aprovecharon muchos siglos después, en el XVII, para hacer la capilla que llamamos Hornito de Santa Eulalia.
El conocido como Hornito es un templete dedicado a Santa Eulalia edificado utilizando los escasos restos del primitivo Templo romano de Marte que en su día se situó fuera del recinto amurallado y próximo al río Albarregas.
Los pocos restos que permanecen forman parte de un entablamento de orden corintio y están compuestos por una cornisa y un friso en el que puede leerse la inscripción MARTI SACRVM VETTILIA PACVLI (consagrado a Marte por Vettilia, esposa de Paculo) y algunos dinteles, pilastras y alquitrabes. Por la inscripción deducimos su función como lugar de culto a Marte, dios de la guerra. Hoy en día es, junto con la Basílica adyacente, lugar de culto de la patrona de la ciudad, la Mártir Santa Eulalia.
El hornito es el hito religioso popular más destacado de la ciudad. Se trata de una capilla gótica que alberga una imagen de la Santa y rememora el horno donde ésta fue quemada durante su martirio. En el siglo XVII, la capilla se reforma y ornamenta con fragmentos aparecidos en la ciudad y desde entonces adquiere una fisonomía plenamente barroca.


A los romanos les gustaba mucho la vida social por tanto, aparte de la que podían hacer en sus propias casas y en el foro, se preocuparon de organizar espectáculos públicos a los que asistían las distintas clases sociales y que, además, fueron utilizados por los gobernantes para tener al pueblo entretenido durante los numerosos días festivos que dedicaban a sus dioses. Para celebrar estos espectáculos hicieron edificios acordes con el desarrollo de cada uno de ellos. Así, construyeron un teatro que era donde se organizaban las representaciones teatrales, un anfiteatro para presenciar las luchas de gladiadores o de fieras salvajes y un circo para contemplar las carreras de carros que tantas pasiones levantaban.  
El circo romano de Mérida es un antiguo recinto para carreras de carros que construyeron los romanos a principios del siglo I d.C., pocas décadas después de la fundación de la ciudad. Erigido extramuros de la ciudad y con una planta ovalada de unos 440 m de longitud por 115 m de ancho, este circo fue uno de los más importantes de todo el Imperio Romano después el Circo Máximo de Roma. Después de muchos siglos de abandono, del edificio se conservan las ruinas de sus cimientos, que dejan adivinar sus dimensiones, aunque es uno de los pocos recintos de este tipo que se pueden contemplar en toda su planta. 
Las carreras que se desarrollaban en el circo, junto con los espectáculos del anfiteatro, eran los dos tipos de espectáculos que más gustaban al pueblo romano. Con frecuencia dichos espectáculos los financiaban personajes adinerados pertenecientes a la clase dirigente para conmemorar algún evento o con fines electorales o propagandísticos.​
Este circo es el mayor edificio que levantaron los romanos para espectáculos públicos en la colonia de Augusta Emérita, por su extensión y capacidad de espectadores, y uno de los más importantes de todo el Imperio. Además es uno de los pocos circos romanos que todavía hoy pueden contemplarse en toda su planta.​ Por la magnitud de sus proporciones se levantó extramuros de la ciudad, a unos 400 metros de distancia del otro gran complejo de edificaciones para espectáculos de la colonia, el formado por el teatro y el anfiteatro. El edificio aprovecha en parte una suave pendiente del terreno y el fácil acceso que le proporciona la cercana calzada que salía de la ciudad en dirección a Corduba y Toletum. Su construcción debió iniciarse a principios del siglo I d.C., durante la época de Tiberio, muy pocas décadas después de la fundación de la ciudad.​
Es muy posible que con la implantación oficial de la religión cristiana en todo el Imperio romano comenzase el declive de los espectáculos en el circo.​ Aunque los concilios de Elvira y Arlés, celebrados a comienzos del siglo IV d.C., prohibían expresamente las profesiones de aurigas y cómicos, también se ha documentado, por una inscripción hallada junto a las carceres, la reforma que se efectuó en el circo para evitar su derrumbe en tiempo de uno de los hijos del emperador Constantino I, entre 337 y 340. En esta inscripción además se aclara que se llenó de agua, quizá para celebrar los simulacros de combates navales llamados naumaquias, cuestión que no creen posible muchos investigadores.​
No se conoce la época exacta hasta la que se utilizó el circo de Augusta Emérita, quizá hasta el siglo VI d.C., época en que se fecha el fallecimiento del auriga Sabiniano según su lápida sepulcral en la basílica de Casa Herrera. La pasión por este tipo de espectáculos quedó reflejada en abundantes obras de arte pictóricas, escultóricas, cerámicas, musivarias o de orfebrería, en las que vemos a los aurigas celebrando con la palma de la victoria, a sus carros y a sus caballos, algunos con sus nombres propios. Entre todos los aurigas destacó el lusitano Cayo Apuleyo Diocles, que fue el mejor conductor de carros de toda la historia de la Antigua Roma y seguramente comenzara su carrera en el circo emeritense.



Su enorme planta mide unos 440 m de largo por 115 m de ancho y responde al modelo común de este tipo de obras romanas, con una forma de óvalo alargado orientado de este a oeste y compuesto por dos lados mayores paralelos y dos menores, uno que se cierra en semicírculo y otro que lo hace en una línea más recta curvada en sus extremos. La fachada se hallaba en su extremo oeste, el menos curvo, y en su momento estuvo recubierta de granito y realzada con una decoración a base de pilastras adosadas del mismo material.​
Las gradas tenían capacidad para unos 30.000 espectadores, es decir, la práctica totalidad de los habitantes de la ciudad en época imperial, y estaban distribuidas de forma clásica en tres sectores: ima, media y summa cavea. Las gradas se levantaban sobre un alto podio en sus dos lados mayores, aprovechando la pendiente del terreno en su sección sur y elevado encima de bóvedas en la sección norte.​ En el siglo XIX el francés Alexandre de Laborde llegó a distinguir once filas de gradas, aunque en la actualidad su avanzado deterioro, producto en gran parte del saqueo secular de sus piedras, hace muy difícil adivinar su número original. En los lugares más destacados y con mejor visibilidad se ubicaban las tribunas para autoridades y jueces.​
La arena, con unos 30.000 m² de superficie, era la pista de carreras. Queda dividida en dos mitades por la espina, una plataforma de una longitud de 240 m y una anchura de 8,5 m en torno a la que daban vueltas los carros tirados por dos caballos (bigas) o por cuatro (cuadrigas). Cada prueba constaba generalmente de siete vueltas y las metas se ubicaban en los vértices de la espina. Era en esta espina donde se concentraba la decoración del conjunto a base de esculturas y obeliscos, pero de ellos en el edificio emeritense no quedan más que sus cimientos.​
En el centro de uno de los lados menores, el del oeste, se encontraba la porta pompae, lugar de salida de las procesiones previas a las carreras en las que intervenían músicos, sacerdotes, imágenes religiosas y los propios aurigas que iban a competir ese día. A ambos lados de esta puerta se distribuían las carceres, las cocheras de los carros, que en este circo eran doce, seis a cada lado, y que estaban separadas por pilares cuadrangulares.





El anfiteatro de Mérida es un antiguo recinto para espectáculos de luchas de gladiadores que fue construido por el Imperio romano a finales del siglo I a.C. Fue abandonado hacia el siglo IV d.C. y hasta principios del siglo XX permaneció parcialmente enterrado. La construcción del anfiteatro se planificó junto con la del teatro y se levantó muy poco después. Según se deduce de las inscripciones halladas en su interior, fue inaugurado en el año 8 a.C. Con esta obra se completaba el proyecto de dotar a la colonia Augusta Emerita, ya entonces capital de la provincia Lusitania, de una gran área pública para espectáculos, acorde con su categoría política y administrativa. Este edificio estaba destinado a las luchas entre gladiadores, entre fieras o entre hombres y fieras, las denominadas venatio, que junto a las carreras en el circo fueron las preferidas por el pueblo romano.
Tras su abandono, ligado a la oficialización del cristianismo en el siglo IV d.C., parte de su estructura se fue ocultando bajo tierra y la que quedó descubierta, sobre todo la summa cavea, sufrió el expolio de materiales para otras obras.​ Desde el siglo XVI algunos autores llamaron al edificio naumaquia con la creencia errónea de que era el lugar de celebración de simulacros de batallas navales, para lo que se basaban en la profundidad de su foso central y la proximidad de algunos tramos de acueducto. Las excavaciones a partir de 1919 subsanaron el error y le devolvieron su verdadera identidad.


El anfiteatro tiene forma elíptica, con un eje principal de 126 m y uno menor de 102 m, mientras que la arena mide 64 m por 41 m. Las gradas o cáveas pudieron acomodar en origen a 14.000 personas. Las gradas de su lado este se construyeron sobre el cerro de San Albín, al igual que las del teatro adyacente. Dieciséis puertas se abren al exterior en la fachada, la principal de las cuales es la que se encuentra en el extremo del eje occidental. Dos de las puertas situadas al noreste están cerradas por la muralla y no hay opinión unánime del porqué de ello.​ Como en casi todos los edificios romanos de este tipo, sus gradas se dividen en tres sectores: ima, media y summa cavea (inferior, media y superior). De la superior no quedan apenas restos y en la ima cavea se pueden observar las restauraciones que efectuó José Menéndez Pidal a mediados del siglo XX.
Sobre las primeras gradas se construyeron dos tribunas, una en cada extremo del eje menor del anfiteatro. A la del oeste, reservada para las autoridades, se accede por dos escalerillas que parten de la galería que viene de la puerta principal. La del este, que cuenta con dos escaleras que la comunican directamente con la arena, era ocupada por la persona que financiaba el espectáculo. En los frentes de ambas estuvieron colocadas las inscripciones que han permitido conocer la fecha de inauguración del edificio y que hoy se hallan en el cercano Museo Nacional de Arte Romano.​ Algunos restos encontrados hacen suponer la existencia de otros dos palcos de honor sobre las puertas de acceso a la arena que se abren en los extremos del eje mayor.​
La arena, de forma elíptica, era donde se desarrollaban los espectáculos. Está separada de la cávea por un alto podio para proteger al público. En la antigüedad este murete estuvo recubierto de mármol, rematado por una cornisa y decorado con las pinturas murales que hoy se custodian en el MNAR y que representan los espectáculos que se desarrollaban en el anfiteatro. En el centro de la arena se cavó una gran fosa en forma de cruz sobre la que se han vertido numerosas opiniones. Casi sin ninguna duda estuvo recubierta por un entarimado que la hacía invisible y su interior sirvió para almacenar las jaulas de las fieras y material escénico.​
Dos largas galerías en los extremos del eje mayor permitían, además del acceso a las gradas, la entrada de los gladiadores a la arena. A ambos lados de cada una de ellas, junto a la arena, se abren habitaciones reservadas para los gladiadores o para las fieras. Según se deduce de una inscripción encontrada en la galería sur, es probable que algunas de estas estancias estuvieran dedicadas al culto de la diosa Némesis, a la que se encomendaban los participantes en los juegos.





El teatro romano de Mérida es un teatro histórico levantado por la Antigua Roma siendo su creación fue promovida por el cónsul Marco Vipsanio Agripa y, según una fecha inscrita en el propio teatro, su inauguración se produjo hacia los años 16-15 a.C. «Príncipe entre los monumentos emeritenses», como lo denominó el arquitecto José Menéndez-Pidal, el teatro es Patrimonio de la Humanidad desde 1993 como parte del conjunto arqueológico de Mérida. Las excavaciones arqueológicas en el teatro comenzaron en 1.910 y su reconstrucción parcial en 1.962. Desde 1.933 alberga la celebración del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, con lo cual recupera su función original y trasciende el mero ornamento. La reconstrucción de la demolida scaena comenzó en 1.962 bajo la dirección del arquitecto José Menéndez-Pidal y Álvarez, durante unas intervenciones que también recolocaron parte de los sillares de las gradas, recompuso algunos vomitorios y parte de la columnata del peristilo, partes que nos hacen imaginar el aspecto que el teatro debió tener en origen.
La construcción del teatro emeritense se proyectó junto con la del adyacente anfiteatro en el momento de fundación de la ciudad romana. Estos edificios de espectáculos no podían faltar en una colonia romana, creada además con magnificencia para servir de instrumento de romanización. En efecto, la construcción de teatros en la Antigua Roma respondía más a intereses políticos que a los gustos del pueblo romano, que prefería acudir al circo a ver carreras de carros y al anfiteatro a ver combates entre gladiadores y animales.​ Desde el teatro la autoridad realizaba una eficiente propaganda de ella misma y del modo de vida romano, tanto a través de la majestuosidad del edificio y su decoración como de los mensajes que desde su escenario se podían transmitir.​
El uso del edificio durante varios siglos hizo necesarias algunas reformas. Así, en algún momento del siglo I d.C., ya fuera en época de la dinastía Julio-Claudia o de la posterior dinastía Flavia,​ se levantó el actual frente de escena, que se volvió a reformar entre los años 333 y 337 junto con la vía que rodea el edificio.​ Debido en gran medida a la implantación oficial del cristianismo en el siglo IV, religión que consideraba inmorales las representaciones teatrales, el edificio dejó de utilizarse y fue abandonado. Con el paso del tiempo algunas de sus partes se derrumbaron y otras se cegaron con tierra. Durante siglos únicamente fue visible la parte superior de su graderío con las bóvedas de los vomitorios hundidos, por lo que los habitantes de la ciudad creyeron ver siete grandes asientos, «Las siete sillas», donde según la leyenda se sentaban otros tantos reyes moros para deliberar sobre el destino de la ciudad.


El conocimiento de la existencia del teatro emeritense, sorprendentemente, es bastante reciente. A principios del siglo XX, después de muchas centurias de abandono y despojo, todavía el edificio se hallaba cubierto de tierra, sobresaliendo únicamente el hormigón de la summa cavea, llamada «Las siete sillas». En 1.910 se iniciaron las excavaciones que dirigió el arqueólogo madrileño José Ramón Mélida. La estructura del teatro apareció desnuda en gran parte, con una cavea desprovista de los sillares de granito que formaban los asientos, las piedras de la scaena tiradas intencionadamente y la fachada posterior, cuyo extremo superior siempre estuvo descubierto, despojada de sus potentes sillares. Sin embargo, el sólido núcleo de opus caementicium ha soportado el tiempo, el abandono y el saqueo hasta nuestros días y ha conservado la estructura básica del complejo.
La traza y orientación del edificio siguen fielmente las reglas del tratado De architectura de Marco Vitruvio, y responde a un modelo típicamente romano, ya establecido anteriormente en construcciones como el desaparecido Teatro de Pompeyo en Roma y el Teatro de Ostia, que todavía se puede contemplar. El recinto se concibió para acomodar a unos 6.000 espectadores y se ubicó junto al anfiteatro lejos del centro de la urbe, en su extremo sudeste, cerca de las murallas, que se levantaban por la zona posterior de ambos edificios.




El lugar elegido responde a razones topográficas, pues las gradas aprovechan la pendiente natural del cerro de San Albín, algo que sin duda ayudó a economizar esfuerzos y materiales constructivos. Más de la mitad de la cávea (gradas) semicircular del teatro aprovecha la pendiente del cerro,​ de modo que su fachada externa apenas tiene desarrollo, si bien hay que tener en cuenta que el nivel de la vía que la rodea se elevó sobre la calzada original en la etapa de Constantino I, como muestran los escalones necesarios para descender a los vomitorios de entrada.​
El hemiciclo de la cávea está dividido en tres sectores destinados a diferentes clases sociales. El sector preferente, la ima cavea, es el más próximo a la escena, aunque delante del mismo había otras tres filas de asientos, cubiertas de mármol y con anchura generosa, que estaban reservadas para autoridades políticas, religiosas o militares. Estas tres gradas de honor se delimitan por un pretil de mármol, tras el cual corre un estrecho pasillo, praecintio, en el que se inicia la ima cavea. La parte inferior, en la que se situaban las clases sociales más acomodadas, tiene veintitrés filas de asientos y se subdivide en cinco sectores radiales (cunei) delimitados por escaleras y, a nivel horizontal, por un corredor (praecintio) que lo separa de las graderías superiores. Con una dotación oportuna de pasillos, escalinatas y puertas, el tránsito de espectadores era cómodo y fluido. Seis vomitorios en su parte superior dan acceso a un corredor semicircular cubierto por una bóveda anular que facilita la entrada y salida por dos puertas en sendos extremos.​ Más arriba, la ima cavea finaliza con un murete, llamado balteus, en el que se abren otros cinco vomitorios que comunican directamente con el exterior y que además marcan el punto de arranque de pequeñas escalerillas, scalae, que enlazan el praecintio ya citado con otro que discurre delante del balteus. En la base de esta ima cavea se dispuso una capillita (sacrarium) destinada a las ceremonias del culto imperial.​
Las caveas media y superior (media y summa cavea) poseen cada una cinco filas de asientos, están separadas mediante otro balteus y sustentadas por un complejo sistema de arcos y bóvedas de cañón. El acceso a los mismos se realizaba por una escalinata común en contacto con el exterior, aunque de estos vomitorios tan solo quedan sus huecos sin bóvedas, que dividen las gradas superiores en siete tramos, conocidos popularmente como Las siete sillas y que durante siglos fueron la única parte visible del conjunto teatral. En total, en el exterior trece puertas facilitaban el acceso y evacuación de los asistentes al teatro.​
La orchestra es un espacio semicircular destinado al coro y pavimentado con losas rectangulares de mármoles blancos y azulados. A esta zona se accede por los parodoi, galerías en ángulo ubicadas en los laterales y que se abren bajo las gradas. Las puertas externas se cubren con arcos de medio punto, conformados por un correcto despiece de dovelas que destacan del paramento del fondo y muestran un esmerado cincelado característico de las construcciones de la ciudad en época augústea. Sobre estas dos puertas se dispusieron inscripciones alusivas a Agripa, realizadas con apliques de bronce ya desaparecidos, como queda patente en los orificios que las sujetaban. Las puertas de los parodoi que dan a la orchestra son adinteladas y también lucen inscripciones referentes a Agripa: «Marco Agripa, hijo de Lucio, cónsul por tercera vez y ejerciendo la potestad tribunicia por tercera vez».



La scaena se conforma como un pulpitum o plataforma elevada sobre el nivel de la orchestra, de gran amplitud con sus sesenta metros de ancho y siete de fondo. Su frente, el proscaenium, adopta una sinuosa configuración mediante entrantes que alternan forma de rectángulo y semicírculo y queda delimitado en sus extremos por dos pequeñas escaleras que comunican el pulpitum con la orchestra. En el suelo de esta plataforma, que en origen estaría recubierta de madera, se han podido distinguir algunos orificios que serían el lugar de encaje de las escenografías. En este mismo sentido, algunas piedras con agujeros junto a la puerta central de la escena se interpretan como cajas donde se introducirían los periatti, prismas triangulares que evolucionaban con diferentes decorados según la naturaleza de la representación: tragedia, comedia o sátira.​
Con un efectismo propiamente teatral, el telón de fondo de la scaena se yergue como una estructura monumental de diecisiete metros de altura y de gran riqueza decorativa, la scaenae frons o fachada escénica. Su planta adquiere un gran dinamismo a base de entrantes que de nuevo combinan líneas rectas y curvas y que rompen la linealidad de su basamento. En el entrante central, que es semicircular, se abre la puerta principal, valva regia, por donde hacían presencia los primeros actores. Simétricamente, a ambos lados, se abren otras dos puertas en entrantes rectangulares, llamadas valva hospitalia. El alzado de este frente escénico fue reconstruido durante el siglo XX con dos órdenes de columnas superpuestos. Cuando se excavó el teatro se reconoció perfectamente la línea del podio sobre el que se levanta toda la estructura, así como el basamento de algunas de las columnas del primer orden. Una vez agrupado todo el material pétreo perteneciente a este primer cuerpo, que se encontraba tirado in situ, se procedió a su levantamiento tomando como modelo el teatro libio de Sabratha, muy semejante al emeritense. Las columnas son de orden corintio y sobre ellas se dispone un entablamento con arquitrabe, friso y cornisa, profusamente ornamentados y tallados con gran perfección. El juego cromático de los mármoles, gris azulado en los fustes y blanco en capiteles y entablamento, contribuyen a potenciar el efecto ornamental de este imponente decorado pétreo. Tanto las columnas como la estructura de mármol están elaboradas con mármol de Macael.​
Este efectista conjunto arquitectónico se enriqueció además con una interesante serie de esculturas ubicadas en los intercolumnios, aunque se desconoce su ordenación original. Parte de estas estatuas relatan un pasaje mitológico, en el que Cora, raptada por Plutón, se convierte en la infernal Proserpina, en un programa de voluntad religiosa muy apropiado para la antigua Augusta Emerita, que basaba su economía en la producción agrícola. Sus protagonistas, Ceres, Plutón, Proserpina y Júpiter, han sido identificados en una estatuaria de gran calidad técnica. Junto a estas imágenes de dioses figuraron retratos humanos de identidad desconocida, pues restan únicamente sus cuerpos, dos de ellos togados y tres toracatos.​
Detrás de la scaenae frons hay varias dependencias para los actores que constituyen el postcaenium.​ En el paramento del podio de este cuerpo se ha apreciado una cierta falta de unidad, lo que se ha interpretado como la muestra de una importante reforma de la scaena original. El momento de esta reforma se ha aventurado atendiendo a las esculturas toracatas, propias del reinado de Domiciano (81-96 d.C.), y a los capiteles de la scaenae frons, cuyo estilo es propio de la etapa de la dinastía Flavia (segunda mitad del siglo I d.C.). Tiempo después, según consta en una inscripción, el teatro sufrió reformas durante el reinado de Constantino I entre los años 333 y 337, cuando también se intervino en el circo de la ciudad. Esta intervención se llevó a cabo como parte de un programa de mejoras cuando Mérida se convirtió en 298 en capital de la Diócesis de Hispania, creada durante la reorganización administrativa del imperio durante el reinado de Diocleciano.



Más allá del postcaenium, igual que en los teatros de Pompeyo y de Ostia, se abre un peristilo, una zona ajardinada para esparcimiento que en origen estaba acotada en sus cuatro lados por una doble columnata formada por columnas de granito basto que estaban embellecidas con un recubrimiento de estuco y pintura. Al fondo de este peristilo cuadrangular, alineado con el eje del teatro y la valva regia, existe una pequeña estancia rectangular en la que se han hallado varias piezas de interés. En principio se interpretó como una biblioteca, pero el descubrimiento de varias estatuas, entre ellas el célebre retrato de Augusto velado como Pontifex Maximus y otro de Tiberio, además de varias inscripciones relacionadas con el culto imperial, llevaron a interpretar que el lugar se destinó a este culto, que después radicaría en el Templo de Diana.​
En la esquina norte del peristilo, elevadas sobre el nivel del jardín, están las letrinas, y al oeste los restos de la conocida como Casa-basílica o Casa del Teatro, construida tras el abandono del teatro.​ Esta residencia es uno de los ejemplos más interesantes de la arquitectura doméstica de Mérida,​ cuenta con un patio rodeado de columnas y pilastras y varias habitaciones, algunas rematadas con forma de ábside y la mayor de todas con pinturas murales que representan figuras humanas a tamaño natural. Salvo el suelo de la zona del ábside, que posiblemente estuvo enlosado con mármol, el resto de la estancia estuvo decorada con un mosaico. Las habitaciones debieron estar cubiertas con bóveda de cañón y, en los ábsides, rematarían en un casquete semiesférico. Las paredes, enlucidas con pinturas, en lo conservado están decoradas con imitaciones de incrustaciones de mármol en los zócalos y, en la zona del ábside, sobre pedestales, se conserva el tercio inferior de personajes, quizá unos sirvientes, vestidos con túnicas de colores y decoradas con brocados.





Otro lugar al que acudían los romanos para relacionarse entre ellos y ocupar su tiempo de ocio eran los baños públicos en los que un sistema de calefacción bastante sofisticado hacía que los clientes pudieran disfrutar de bañeras con agua a diferentes temperaturas. En Mérida han aparecido restos de estos baños en algunas excavaciones. Algunos de esos baños o termas los podemos contemplar en distintos sitios de la ciudad como Las Termas de San Lazaro, la de la Nieve o las ubicadas en la Plaza de Pontezuelas. El planeamiento urbanístico de Augusta Emerita fue concebido con un plan hipodámico, que facilitaría la distribución de las calles en ángulo recto, confiriéndola una estructura urbana cuasi perfecta.
En la antigua Augusta Emerita existían 19 balnearios, aunque no se poseen planos pormenorizados, lo que impide detallar cómo eran los edificios. Además, los balnearios totalmente excavados son pocos, lo cual nos impide tener una visión amplia de los mismos. De lo que se desprende, que no podemos establecer su tipología ni la evolución del balneario doméstico.
Las termas de San Lázaro reciben el nombre por una ermita que fue derribada a mediados del siglo XX y que estaba dedicada a este santo. Sobre los restos de unas instalaciones industriales, se construyeron a comienzos del siglo II estos baños públicos. En su interior un gran vestuario daba acceso a una sala de vapor, dos piscinas de agua caliente y otra de agua fría. El calor necesario para que algunas estancias lograran altas temperaturas se conseguía a través de una cámara de fuego subterránea y de un sistema de calefacción en las paredes.
Estos baños se abastecían del agua que traía el acueducto próximo. La toma no se hacía directamente desde dicha conducción, sino a través de un canal proveniente de un depósito de distribución. La evacuación de aguas se dirigía hacia el río cercano, el Albarregas, llamado Barraeca por los romanos. Las zonas destinadas exclusivamente al baño se completaban con un espacio abierto para practicar deportes (palestra) y una gran piscina al aire libre. Este complejo termal estuvo en uso hasta el siglo III.



A la sombra de un bloque de viviendas contemporáneo encontramos un complejo de época romana al cual los científicos, desde su hallazgo en 1920, han asignado distintos usos: termas, baptisterio, sede de alguna religión mistérica, fábrica de vidrio e, incluso un complejo para el almacenaje y distribución de aguas. Hoy todos los trabajos parecen apuntar a la existencia de un pozo para conservar la nieve en la cámara circular inferior, de época altoimperial, en tanto que las estancias del piso superior, del siglo III o IV d.C., pudieron tener un uso termal. Lo cierto es que, entre los siglos XVII y XIX, consta por diversas fuentes que estas estructuras sirvieron para albergar el pozo de nieve de Mérida, serían por tanto, los primeros pozos de este tipo identificados en Europa. El actual yacimiento constituye una parte de un gran complejo industrial de la época romana que se utilizaría para acumular nieve, con objeto de utilizarla para enfriar alimentos y bebidas, además de con usos medicinales. 


En el solar que antaño ocupara hasta el año 2002 un secadero de jamones en la Plaza Pontezuelas aparecieron restos de viviendas del siglo I ubicadas fuera de las murallas de la ciudad y, también, un conjunto termal cuya planta se conserva casi íntegra. Así podemos contemplar los baños de agua caliente (caldaria), agua fría (frigidaria), templada (tepidaria) e, incluso, los vestuarios (apodyteria). Estos últimos con sus suelos enlosados con lastras de mármol. Junto a esa estancia podemos ver un gran espacio abierto para realizar ejercicios gimnásticos (palestra). Ese espacio engloba en su centro una gran piscina (natatio). Estas termas parece que estuvieron en funcionamiento entre los siglos II y V d.C.



En la cota más elevada del Cerro del Calvario se erige esta recia estructura de hormigón romano y sillares. Hasta mediados de los setenta formó parte de la estructura de la ermita del Calvario, donde tenía su sede la Cofradía de Penitencia más antigua de la ciudad. El derribo de este edificio puso al descubierto la que probablemente fuera la torre desde la que se distribuyeran, por toda la zona norte de Augusta Emerita, las aguas procedentes de la conducción hidráulica de Proserpina. Por su planta en U y por los restos de mármol, es posible que esta torre contara con una fuente monumental o un ninfeo. Su presencia dignificaría y sacralizaría el lugar, lindero al kardo máximo.


Además de ser muy buenos arquitectos, los romanos fueron excelentes ingenieros que hicieron posible una vida muy placentera en las ciudades gracias a sus grandes obras: Puentes, como el del Guadiana o el Albarregas para salvar los valles de los ríos, calzadas que unían unas ciudades con otras y permitían traer productos desde diferentes partes del Imperio, pantanos como el de Proserpina o Cornalvo para almacenar agua y acueductos que traían el agua de estos pantanos o de fuentes y manantiales como el de Los Milagros, el de Rabo de Buey-San Lázaro o el que venía de Cornalvo que se llamó Aqua Augusta.
El puente romano de Mérida es una obra de ingeniería civil que atraviesa el río Guadiana. Desde la fundación de la colonia Augusta Emerita en el 25 a.C. la ciudad se constituyó como el centro más importante de la red de comunicaciones del oeste de la península ibérica, tanto por su rango de capital de la provincia de Lusitania como por la facilidad de atravesar el río Guadiana que otorgaba su enorme puente de piedra. Así, la importante calzada de la Vía de la Plata que cruzaba Hispania de norte a sur por el oeste y los caminos que se dirigían a Olissipo (Lisboa), Corduba, Toletum o Caesaraugusta (Zaragoza) se encontraban en Mérida y debían atravesar su puente.
El puente se levantó al mismo tiempo que se fundaba la colonia, en las últimas décadas del siglo I a.C., y es la obra que determinó el emplazamiento de la ciudad.​ Así pues, la construcción data de la época de Augusto, aunque la significación que ha tenido este paso a lo largo de la historia y las grandes crecidas del Guadiana que periódicamente han ido deteriorando la obra han hecho que el puente actualmente se conforme como una conjunción de partes diversas que desvirtuan lo que debió ser su aspecto primigenio. El lugar escogido es un tramo poco profundo del río en el que su ancho cauce queda dividido en dos por una isla natural y cuyo lecho está compuesto por formaciones de dioritas que crean un sólido fundamento.


Del minucioso análisis del puente se ha llegado a la conclusión de que consta de tres tramos bien diferenciados. El primero, desde la ciudad hasta el primer descendedero aguas arriba, que se llama del Humilladero; el segundo hasta el descendedero de San Antonio, que se sitúa del mismo modo, y el tercero hasta el final del puente. El primer tramo corresponde a los diez arcos iniciales y es el que ha sufrido menos remodelaciones y por tanto conserva mayor originalidad. Su núcleo es de opus caementicium y se revistió de sillares almohadillados. Sus pilas son cuadradas y tiene aguas arriba un tajamar semicircular que alcanza toda la altura del pilar, por encima del cual arrancan los arcos de medio punto. Los tímpanos están perforados por pequeños arcos también de medio punto que actúan como aliviaderos. Las luces de los arcos decrecen en simetría en todo el tramo y la anchura de las pilas es considerable, algo propio de las obras romanas del inicio de la época imperial y que sería tiempo después superado por obras de mayor perfección técnica, como el puente de Alcántara, de inicios del siglo II d.C.​
El segundo tramo, que abarca el centro del cauce del río, ha sido el más expuesto al desgaste natural del río y a la destrucción por parte del hombre. En el año 483, en época visigoda, se sabe de reparaciones, que casi con toda seguridad no fueron las primeras. En el siglo IX el emir Muhammad I de Córdoba, durante la supresión de una rebelión de los emeritenses contra el poder musulmán, destruyó una pila. Posteriormente se hicieron reconstrucciones en los siglos XIII, XV y XIX. No de todas se sabe a qué partes afectaron, pero de las documentadas, casi todas se realizaron sobre su tramo central. La avenida de 1603 causó grandes destrozos, como atestiguó el cronista Bernabé Moreno de Vargas en su Historia de la Ciudad de Mérida (1633), donde señala que los puentes originales que unían la isla central con ambas orillas se unieron en uno solo con la creación del tramo central. Así, en esta sección reconocemos la obra de inicios del siglo XVII, que se terminó en 1611 y que amalgama de manera armónica el estilo romano con la austera arquitectura de los Austrias. Son cinco arcos de medio punto con luces mayores que las del primer tramo, que descansan sobre pilas rectangulares con un agudo tajamar de remate piramidal aguas arriba y contrafuerte de sujeción en la vertiente opuesta.​
Es en este tramo donde se inicia el descendedero del Humilladero que comunica puente e isla. Es obra del XVII sobre los cimientos de la plataforma original de hormigón romano, que era un enorme tajamar que se adentraba 150 m aguas arriba para proteger el centro del paso sobre el río. Hasta el arco 36, que sigue estando en esta larga zona central, se realizaron en el siglo XIX extensas reformas: tras la Guerra de la Independencia Española, en que se destruyeron varios arcos para impedir el cruce de las tropas Napoleónicas, y tras una riada en 1823, mientras que en 1878 se repararon los destrozos de la crecida de 1860. En todas estas intervenciones se consiguió armonizar los añadidos con la fábrica romana.


El tercer tramo, aunque parcialmente remozado, conserva gran parte de la obra original. Es una zona que se eleva sobre una orilla que casi nunca resulta inundada debido al escaso caudal habitual del Guadiana, por lo que prescinde de los aliviaderos. Comparte con el tramo inicial el paramento de sillares almohadillados y proporciones similares en arcos y pilas. El rasante marca un declive fruto del hundimiento del lecho fluvial. Este último tramo se inicia en el descendedero de San Antonio, del siglo XVII, y hacia el final del mismo quedan restos de una plataforma de hormigón romano, que quizá sujetase alguna obra romana ya perdida, como un descendedero o un arco de triunfo, aditamentos que vestirían la desnuda obra que contemplamos hoy. Se sabe que en época imperial el puente tuvo más de un arco y una puerta de entrada a la ciudad en su primer tramo, cuyo aspecto conocemos porque aparece en numerosas monedas romanas acuñadas en la colonia y que en la actualidad es el motivo central del escudo de la ciudad. En el siglo XVII se le añadieron un templete conmemorativo de la restauración de época de Felipe III y la capilla de San Antonio en el descendedero del Humilladero, oratorio de viajeros y desaparecida durante la crecida de 1860.​
El puente mide en la actualidad 792 m y tiene 12 m de altura sobre el nivel medio del agua. Su perfil actual ligeramente giboso no era así en origen, pues es resultado de las sucesivas destrucciones y reconstrucciones, así como del hundimiento del lecho fluvial en los dos últimos milenios. Pese a todo, sigue siendo una magna obra que atestigua la ambición de la ingeniería romana.​ El puente soportó el paso del tráfico rodado durante casi toda su historia, pero pasó a ser exclusivamente peatonal el 10 de diciembre de 1991, día en que se inauguró el puente Lusitania.


El puente de Albarregas fue construido en la misma época que el otro puente romano de la ciudad, el que cruza el río Guadiana, a finales del siglo I a.C., durante el reinado del emperador Augusto. Marcaba la salida de la ciudad por el norte, por donde es necesario cruzar el río Albarregas, y se encontraba en la prolongación del cardo maximus de la ciudad romana, una de sus dos calles principales. Aquí se iniciaba la importante calzada ab Emerita Asturicam, llamada Vía de la Plata, que se prolongaba hasta Astorga, así como otra vía que en dirección oeste comunicaba con Olissipo, actual Lisboa.​ Transcurre en paralelo al cercano Acueducto de los Milagros.
La estructura, de gran solidez y en perfecto estado de conservación, está construida con sillares almohadillados de granito, típicos de la arquitectura de la Antigua Roma. Mide 125 metros de largo, 7,9 m de ancho y tiene una altura media de 6,5 m. Consta de cuatro arcos de medio punto, algo diferentes en sus proporciones, que se abren entre sólidas pilas. Sobre estas pilas los tímpanos son macizos y carecen de los aliviaderos que sí tiene el otro puente romano de la ciudad. Aunque la robusta estructura del puente es suficiente para soportar el escaso caudal habitual del río, la fuerza de algunas crecidas puntuales hizo necesaria la apertura de dos pequeños vanos a modo de aliviaderos en su extremo sur, junto a la ciudad. El paramento está formado por sillares de granito de notable almohadillado, que se disponen en hiladas regulares, coincidentes con el orden de las dovelas de los arcos.​
El pretil y la cornisa saliente de su parte superior, así como la hilada superior, se añadieron en algún momento del siglo XIX para adecuar la antigua vía a carretera nacional.​ A pesar de todo, estas pequeñas reparaciones no han afectado de modo sustancial a la primitiva obra romana, que se conserva prácticamente en su totalidad. Su estructura y recubrimiento presentan una evidente semejanza con el puente sobre el Guadiana, lo cual lleva a considerar que este puente sobre el Albarregas se hiciera también en época de Augusto.​ Desde 1993 su uso es exclusivamente peatonal.


El acueducto de los Milagros es una construcción de ingeniería civil para el transporte de agua para abastecer a la ciudad romana de Emérita Augusta. Por mucho tiempo se ha establecido una relación entre este acueducto y el embalse de Proserpina, situado a cinco kilómetros de la localidad y coincidente en la ruta del mismo. Estudios posteriores han descubierto tramos del acueducto que aumentan considerablemente su longitud y lo sitúan por encima de Proserpina, a la vez que se han descubierto pruebas de la construcción del embalse que no coinciden en época romana.​ La parte más vistosa y conocida de la infraestructura, las arquerías que ya se sitúan cercanas a la ciudad, tienen como característica constructiva la utilización de ladrillo de barro cocido; se ha datado por termoluminiscencia uno de los ladrillos en el año 290 en época de Diocleciano, y se cree fue reconstruida en ese momento supliendo a un sistema de sifón ya entonces desaparecido.​
El posible origen se dataría aproximadamente durante la época de la dinastía Julio-Claudia o la de la familia de los Flavios.​ La ciudad romana contaría con tres acueductos anteriores que proporcionaban agua a la población. Sin embargo, diferentes estudios no han conseguido aclarar la fecha de la obra o las etapas de construcción de esta.​
Un estudio polémico de la Universidad Autónoma de Madrid dado a conocer por el periódico El País, pone en duda esta fecha y la adelanta al siglo IV o siglo V, lo que lo convertiría en visigodo, y con influencia en su construcción del Imperio bizantino.


Dicho acueducto tenía como función principal suministrar agua al lado oeste de la ciudad. El punto de captación de agua o caput aquae se situaba en el embalse de Proserpina, desde donde nacía una conducción por cañería que serpenteaba a lo largo de 10 u 11 kilómetros.​
La conducción discurre sinuosa bajo el suelo siguiendo la curva de nivel con una ligera pendiente. Es en su mayor parte una galería subterránea excavada en roca viva, salvo en los pasos sobre algunos arroyos que se salvan con pequeñas arquerías en alzado. En la parte final de la conducción es donde se sitúa la arquería más famosa, cuando se salva el río Albarregas, para lo cual se tuvo que construir una serie de pilares -arcuationes- que constituyen la parte más vistosa. El acueducto finalizaba al entrar en la ciudad por el punto más alto del cerro del Calvario, donde apareció intramuros, un ninfeo como final monumental (tradicionalmente denominado castellum aquae, aunque este debió situarse en las proximidades).
Este último tramo de arcos superpuestos se alarga 830 metros, con una altura de 25 metros en la parte más profunda del valle del río Albarregas. La estructura de dicho tramo es característica de Mérida. Se compone de robustos pilares, en los que alternan cinco hiladas de sillares de granito con cinco hiladas de ladrillo, otorgando así una peculiar elegancia con la mezcla de los dos colores, el del granito y el rojo intenso del ladrillo. Arcos a diferentes alturas van enlazando los pilares, cuyo núcleo es de opus caementicium. Los arcos de enlace son de ladrillo, salvo el que salva el cauce del río, que tiene las dovelas de granito muy bien trabajadas. Son todavía 73 los pilares que han permanecido más o menos deteriorados. Popularmente se dice que su nombre, acueducto de los Milagros, se debe al asombro general de haber resistido tantos siglos como si fuera un milagro divino.



El Acueducto de Rabo de Buey-San Lázaro traía el agua de arroyos y manantiales subterráneos situados al norte de la ciudad, se conserva bastante bien la conducción subterránea pero de la arquería construida para salvar el valle del Albarregas solo quedan tres pilares y sus correspondientes arcos próximos al monumento del circo romano y a otro acueducto del siglo XVI, en el que se utilizó el material del acueducto romano para su construcción.
El primer piso tiene unos arcos de once dovelas. Los pilares tienen planta rectangular compuestos por sillares almohadonados en nueve hileras. Como coronación tiene una cornisa moldurada.
El segundo piso o fila de columnas está construido con sillares más irregulares que los de más abajo intercalados periódicamente por hiladas paralelas de ladrillos, cuatro filas de ladrillos por cuatro filas de sillares. Los pilares son cruciformes y no rectangulares. Vierte sus aguas en dos canales: uno se dirige a un depósito llamado piscina limari del anfiteatro y otro dirigido al foro municipal. El depósito está cubierto por una bóveda de ladrillo y tiene planta cuadrada.
Los materiales principalmente empleados son ladrillos y bloques de granito. La dirección del acueducto es desde el norte y noroeste de Mérida, donde se sitúan los manantiales de Las Tomas, Valhondo y Casa Herrera de los que se surte, hasta la propia ciudad.
Los primeros tramos eran subterráneos y disponían de entradas para que las personas de mantenimiento pudieran limpiarlo. En la actualidad solo se conservan tres pilares y los arcos intermedios, si bien pueden encontrarse restos de él en la «casa del Anfiteatro» donde existe un depósito de agua y una gárgola con forma de cabeza de león. Cuando se abrió un paso peatonal bajo el acueducto, se descubrió que en su parte interior había un canal de plomo y dos de cerámica.



El acueducto de Cornalvo es el más antiguo de las tres conducciones de agua que aprovisionaban a Augusta Emerita. Tradicionalmente se ha datado su origen en el siglo I, perdurando su uso durante varios siglos.
Traía el agua de los manantiales situados junto al embalse romano de Cornalvo y, del mismo modo que los demás acueductos, este también tuvo que salvar el desnivel del arroyo Albarregas, para lo cual se levantó un tramo construido con arcos entre pilares.
Del tramo con arquerías solo se conservan tres pilares y los dos arcos de unión entre ellos. Esta parte del acueducto está construida en, al menos, dos fases diferentes en el tiempo. Los únicos restos que se han localizado están en la carretera de Valverde de Mérida, en el Colegio Público Giner de los Ríos y en la citada Vía del Ensanche. Fue destruido casi totalmente en 1504 cuando se decidió hacer otro acueducto más moderno, para lo cual se utilizaron los materiales del antiguo acueducto.


Pocas ciudades de Hispania se urbanizaron tan a conciencia como Augusta Emerita. Una prueba más de ello es la existencia de un extenso dique en la margen derecha del Guadiana. Es ese recio muro con contrafuertes, con zócalo de sillares almohadillados y el resto del alzado en mampostería, que vemos prolongarse desde la Alcazaba hasta el lugar en el que se destacan las marquesinas de unos aparcamientos públicos.
El objeto de este práctico dique era contener las aguas del río cuando éste bajaba crecido y, evitar de este modo, que se anegasen tanto la calzada que circunvalaba la colonia como las pequeñas industrias y las sepulturas que aquí se ubicaban. También sirvió para que las cloacas de la ciudad se dispusieran de tal forma que evacuaran, sin problemas, en un brazo del río ensanchado de forma artificial en época romana.
Originalmente el dique recorría todo el tramo de la ciudad que daba al río es decir, desde los bloques de viviendas de ladrillo que vemos al fondo hasta unos metros más allá del Puente Lusitania. Sobre un tramo del dique podemos ver como se asienta el tramo de muralla de la Alcazaba que mira al Guadiana.


El Tajamar se trata de una gran obra de forma pentagonal alargada de unos 106 m. de ancho por 260 m. de largo, que culmina en forma de proa de barco. Construida, al igual que el puente, en la primera mitad del siglo I d.C., el tajamar tuvo como finalidad abaratar costes, construyendo para ello un grandioso malecón en la isla central del río a la altura de la ciudad, encauzar el Guadiana y por último embellecer la zona. El Malecón fue seriamente dañado en una inundación que tuvo lugar a comienzos del siglo XVII, por lo que en vez de reconstruirlo se prefirió levantar cinco arcos en su lugar. Algunos de los restos del Tajamar que todavía quedaban a finales del siglo XIX fueron explosionados con el fin de favorecer el movimiento del agua.




A unos cinco kilómetros al noroeste de la ciudad se encuentra el embalse romano de Proserpina, en el mismo lugar donde se entablara la famosa batalla de la Albuera. En ella se dirimío a favor de Isabel la Católica la disputa por el trono de Castilla que mantuvo con Juana “la Beltraneja. La Albuera de Carija pasó a conocerse como embalse de Proserpina tras aparecer en sus alrededores, en el siglo XIX, una inscripción de una mujer que invocaba a esa diosa de los infiernos para que castigase a quienes habían robado la colada que tenía tendida. Proserpina es hoy una de las playas de agua dulce mejor acondicionadas de Extremadura.
La obra del dique, uno de las más grandes de la antigüedad, tiene 425 metros de largo por 21 metros de altura y cierra un vaso natural en el que confluyen dos arroyos, aparte de recoger aguas de lluvia y de algún manantial. Presenta varias fases de construcción. La más antigua, del siglo I y hoy bajo las aguas, es un muro de sillares con contrafuertes de sillarejo aguas arriba, los añadidos posteriores (que van del siglo II al XVII), crean una pantalla ataludada con contrafuertes aguas arriba. Estas ampliaciones se hicieron, bien para aumentar la capacidad del vaso, bien porque el vaso original se colmataba de fangos y, ante la imposibilidad de dragarlo, éste se recrecía.
Aguas abajo el dique está estribado sobre un gran espaldón de tierra. Adosadas a la presa y embutidas en el espaldón dos torres desde la que se accedía a las tomas de agua que estaban a distintas alturas del muro. De estas torres, el agua pasaba a la conducción hidráulica que llegaba al norte de la ciudad antes de atravesar el valle del Albarregas por el acueducto de los Milagros. A la presa se adosa un importante lavadero de lanas del siglo XVIII. Si queremos saber la importancia que para vida de la Colonia tuvo el líquido elemento, es indispensable visitar el Centro de Interpretación del Agua ubicado en el entorno del propio embalse.


El embalse romano de Cornalvo se ubica al noroeste de Mérida, en la cabecera donde se inicia la conducción hidráulica de Aqua Augusta, que proporcionaba aguas a toda la zona meridional de la ciudad. Recoge en una cerrada entre dos colinas las aguas que vienen encauzadas por canales y represas construidos en la Sierra Bermeja, así como las aguas procedentes de manantiales existentes en el propio vaso de la presa. Luego, durante un recorrido de unos 15 kilómetros, se van sumando a la conducción principal canales que traen aguas de distintos manantiales, como el de Borbollón por ejemplo.
La obra primitiva, de época augustea, era la de una torre de captación forrada de sillares almohadillados que se unía al muro a través de un adarve suspendido sobre un gran arco de medio punto. El dique original parece que estaba constituida por un núcleo de celdas de hormigón rellenas de tierra compactada, forrado todo por un paramento ataludado de sillares. Hoy todo queda enmascarado por una obra realizada en el primer cuarto del siglo XX. Aguas abajo, el muro se estriba sobre un colosal espaldón de tierra. En lo conservado, el dique tiene 200 metros de largo por 18 metros de alto.
Nuestra visita al embalse debe de concluirse con un recorrido por los alcornocales y encinares del Parque Natural y una visita al cortijo de Campomanes, regalo del pueblo de Mérida al que fuera Ministro de Hacienda de Carlos III.


A finales del siglo III el emperador Diocleciano volvió a reorganizar el Imperio creando una nueva demarcación administrativa: la Diócesis. Ésta consistía en una agrupación de provincias que bajo el mando de un gobernante: el vicario, dependía directamente del emperador. Las provincias de Hispania se reunieron en una Diócesis cuya capital fue Augusta Emerita. Con ello, la ciudad vivió un período de mayor esplendor que se manifestó en muchos aspectos de su urbanismo. Este mismo emperador, Diocleciano, fue el causante de otro gran acontecimiento para la ciudad: el martirio de Santa Eulalia en el año 304. Tras el nacimiento de Cristo, la nueva religión se había ido extendiendo por todo el Imperio. En Mérida se sabe que el cristianismo llegó muy pronto, como ocurrió en otras grandes ciudades de esa época, debido al buen sistema de comunicaciones que tenían los romanos y a la llegada continua de personas de las diferentes partes de Imperio. Al menos desde mediados del siglo III se conoce en Mérida una comunidad cristiana bien organizada. A ella pertenecería la niña Eulalia que fue martirizada durante la Gran Persecución contra los cristianos decretada por Diocleciano. Su corta edad (12 años), la valentía demostrada ante el tribunal y su posterior martirio fue pronto motivo de una gran devoción y culto hacia su persona que recogieron escritores y poetas sólo unos años después y que dio lugar a que su tumba se convirtiera en destino de peregrinos, hasta el punto que, durante algunos siglos de época medieval, fue proclamada patrona de España.
Su tumba fue también el origen de una basílica levantada en su honor sobre la que, posteriormente, se reedificó, en el siglo XIII, la actual Iglesia de Santa Eulalia. En este edificio y en su cripta se pueden contemplar los vestigios más significativos de estos acontecimientos.
La comunidad cristiana de Mérida estaba perfectamente organizada en la estructura de la Iglesia y Mérida fue muy pronto sede arzobispal dependiendo de ella los doce obispados que había en la provincia de Lusitania. Desde el siglo III, el Imperio comenzó a sufrir una crisis como consecuencia de las guerras civiles, las crisis económicas y la presión que estaban ejerciendo en sus fronteras pueblos procedentes de Europa a los que los romanos llamaron pueblos bárbaros. En muchos lugares del Imperio esta situación provocó una huida, sobre todo de los ciudadanos más ricos, hacia el campo. Aunque en el territorio emeritense se conocen importantes casas de campo, las llamadas villas, esta crisis no le afectó especialmente y menos aún tras ser nombrada, como se ha dicho, capital de la Diócesis de Hispania y pasar a ser, con ello, la ciudad más importante de la Península. Sin embargo, en el siglo V, el Imperio romano vivió una fuerte crisis: política, religiosa, administrativa, etc, que no fue capaz de frenar la presión de los pueblos bárbaros. Suevos, vándalos y alanos fueron algunos de estos pueblos aunque serían los godos los que, a finales del siglo V, consiguieran que el Imperio desapareciera en toda la zona occidental dividiéndose ésta en pequeños reinos. Sin embargo, la zona oriental del Imperio pervivió hasta el siglo XV. En el caso de Hispania, fueron los visigodos los que van a regir la Península hasta comienzos del siglo VIII. 



La Basilica romano cristiana se encuentra situada bajo la Iglesia parroquial de Santa Eulalia de Mérida. Las excavaciones realizadas en el subsuelo de la Basílica desde 1990 sacaron a la luz el impresionante recinto subterráneo, hoy visitable. En esta cripta, donde han aparecido importantes restos romanos y visigodos, destacan los vestigios del primer túmulo funerario o Mausoleo martirial de Santa Eulalia, tardoromano, sobre el cual y en torno al cual se edificó la grandiosa basílica visigótica cuyo frontal superior se ha salvado de todas las demoliciones y sigue cerrando el ábside del altar mayor.
Antes de erigirse aquí un cementerio cristiano a fines del siglo III, este espacio estuvo ocupado por una serie de mansiones suburbanas, de las que quedan restos, como es el caso una pileta con todo el utillaje de tocador. La presencia del monumento en honor a Eulalia, cuyos cimientos podemos ver hoy bajo la cabecera de la basílica, acarreó que los cristianos quisieran enterrarse cerca de ésta hasta bien entrado el siglo XIX. Por eso las estructuras que vemos en la cripta presentan ese aspecto tan caótico. Añadamos a todo ello que, en el siglo IX, los árabes construyeron aquí norias y otras instalaciones agropecuarias, lo que demuestra que, para entonces, la basílica estaba en ruinas. Sin embargo, buena parte de la cabecera de la iglesia del siglo XIII es visigoda. Por el contrario, sólo se conservan los cimientos de sus tres grandes naves y de las dos torres que flanqueaban la cabecera del templo.
Aquí podemos observar un muestrario de sepulturas de épocas bien distintas. Así mausoleos tardoromanos de considerables dimensiones, como el que está redecorado con pinturas del siglo XVI que representan estaciones del Calvario, a San Juan, Santa Ana y San Martín. O el sepulcro sellado por un mosaico en el que se representaba al difunto de pié entre cortinajes. Sepulcros de época visigoda sellados con una losa sepulcral de mármol, como el del ilustre varón Gregorio, luego reutilizado para enterrar a Eleuterio y a Perpetua. Criptas funerarias como la de los obispos así hasta llegar a tumbas de egregias familias locales del siglo XVI y XVII, como la de los Moscoso o los Mejía.





El Conjunto Arqueológico de Morería, ubicado en el Paseo de Roma en Mérida, es una ventana al pasado que revela el desarrollo urbano de esta histórica ciudad desde tiempos romanos hasta la época visigoda. Este extenso yacimiento de 12,000 metros cuadrados es una de las áreas arqueológicas urbanas más grandes de la península ibérica, ofreciendo tanto a investigadores como a visitantes un espectáculo arquitectónico y cultural incomparable.
La riqueza del yacimiento de Morería radica en su capacidad para ofrecer una visión completa de la evolución urbana de Mérida. Aquí se pueden encontrar restos que datan desde el siglo I d.C. hasta la época visigoda, lo que permite entender cómo las infraestructuras, las viviendas y los espacios públicos fueron adaptándose a lo largo del tiempo y en diferentes periodos de gobierno.
Uno de los hallazgos más impresionantes en Morería es el tramo de muralla romana mejor conservado de Mérida. Con una anchura que llega hasta los tres metros y una altura que podría haber alcanzado los ocho metros, estas murallas son testamento de la majestuosidad del Imperio Romano. Además de su imponente estructura, las murallas ofrecen un relato más oscuro: la destrucción de ciertos tramos durante el califato, como un intento de sofocar revueltas locales.
Tal vez uno de los ejemplos más grandiosos de arquitectura residencial es la Casa de «Los Mármoles». Este edificio, datado a finales del siglo III d.C., representa el apogeo de la ciudad en términos de riqueza y cultura. Ocupando una manzana completa y con dos niveles de construcción, la casa es un derroche de lujo. Uno de sus aspectos más intrigantes es la extensión de uno de sus conjuntos termales hacia la calle para albergar una piscina de agua fría.
La estructura de la casa se organiza alrededor de un patio central cuyo suelo está decorado con un ajedrezado de losetas de pizarra negra y mármol blanco. Alrededor de este patio, se encontraban árboles ornamentales, como se evidencia por la presencia de alcorques, y un pozo que hoy muestra signos de desgaste. En el centro del patio, una fuente adorna un cenador porticado, revestido con placas de mármol.
El yacimiento no se limita a un solo período histórico o cultural. Además de los vestigios romanos, el área también cuenta con restos de palacios de la época emiral y viviendas más modestas de la época califal. Esta diversidad hace que Morería sea una cápsula del tiempo que abarca diversos estilos de vida y modos de construcción.





En épocas posteriores Mérida sufrió las incursiones de los Pueblos germánicos. Comenzaron en 412, con el rey alano Atax conquistando la ciudad y estableciendo en ella su corte durante seis años​, hasta que en 418 murió en una batalla contra el rey visigodo Walia​. La rama superviviente alana, apeló al rey vándalo asdingo Gunderico para que aceptara su integración bajo su corona.​
En 440 el rey suevo Requila encabezó una campaña contra la Bética donde derrotó a un ejército organizado por la aristocracia local, comandada por Andevoto, y en los dos años siguientes ocupó Augusta Emerita, convirtiéndola en la capital del Reino Suevo.
Posteriormente la ciudad también fue capital del Reino Visigodo, y por lo tanto de la Hispania visigoda. En el siglo VI bajo el mandato de Agila I sobresalen las figuras de varios obispos, los llamados Santos Padres de Mérida, y el cristianismo se arraiga con fuerza. De esta fe popular da muestra la figura de la mártir santa Eulalia de Mérida, patrona y alcaldesa perpetua de la ciudad. Mérida posee la colección más importante de escultura visigoda de la península, ubicada en la iglesia de Santa Clara.
La creación de la monarquía visigoda en la Península Ibérica no significó la destrucción de la ciudad romana sino su adaptación a las nuevas necesidades. Aunque frente a la sociedad urbana que supuso el período romano, los visigodos desarrollaron una sociedad mas rural, en Mérida se vivió durante el siglo VI un nuevo periodo de esplendor debido a la riqueza de la iglesia emeritense: a partir de entonces, la ciudad incrementó notablemente los edificios religiosos repartidos por sus calles patrocinados por importantes obispos como Paulo, Fidel o Masona. Los textos antiguos, en concreto el libro "La Vida de los Santos Padres Emeritenses", escrito a mediados del siglo VII, evidencian dos focos cristianos importantes: uno oficial, en torno a la actual Plaza de España que agruparía a la catedral, el palacio episcopal, etc., del que no tenemos evidencias arqueológicas, y otro, más popular, en torno a la Basílica de la Santa, en el que además de monasterios descritos en los textos, se encontraba el edificio excavado en la entrada de la Barriada de Santa Catalina: el Xenodoquio. Esta construcción, mandada realizar por el obispo Masona a finales del siglo VI, fue un albergue para los peregrinos que venían a dar culto a la mártir emeritense y, al mismo tiempo, hospital para atender a los enfermos pobres de la ciudad. De los numerosos edificios civiles y religiosos de esta época, ha sobrevivido una importante colección de piezas decorativas arquitectónicas que son indicativas de la riqueza y belleza que aquellos edificios, ya desaparecidos, debieron tener. 
La planta de lo conservado nos muestra un edificio central, orientado de este a oeste, de planta rectangular rematado en ábside. Dicho ábside está flanqueado por sendas habitaciones cuyos muros presentan contrafuertes. Este edificio era cruzado transversalmente de norte a sur por dos alas rectangulares compartimentadas en tres naves, siendo la central porticada y que funcionaba como un corredor al que daban las estancias ubicadas en las otras dos naves. En el ángulo norte podemos ver una estructura de planta cuadrada, independiente de todas las anteriores, quizá una torre o campanil. Por el grosor de los cimientos es muy probable que el edificio tuviera una segunda planta, con una galería porticada que daba al corredor central.


La monarquía visigoda no era hereditaria sino electiva por lo que los enfrentamientos entre los nobles para acceder al trono fueron constantes. Estas luchas dinásticas y un pueblo demasiado alejado de sus gobernantes facilitaron la introducción en la Península, en el año 711, de las tropas islámicas.
La inestabilidad del período visigodo unido a la tolerancia que los musulmanes manifestaron con los pueblos sometidos -en especial cristianos y judíos a los que llamaban "gente del libro" porque poseían un libro revelado, la Biblia, como ellos el Corán-, hizo que la conquista de la Península se realizara en muy poco tiempo. Esto no quiere decir que no hubiera enfrentamientos por evitar la ocupación: un caso significativo fue el de Mérida. En esta ciudad, la resistencia a los nuevos conquistadores se tradujo en varios meses de asedio que finalizaron, en el año 713, con un pacto de rendición similar al que se estableció en otras ciudades. Según este pacto, los bienes de la iglesia y los de aquellos que habían muerto durante el asedio o huido pasaban a manos de los musulmanes; el resto de la población hispano visigoda quedaba en libertad y podía mantener sus propiedades. Mérida, Marida para los musulmanes, quedó desde entonces integrada en una nueva realidad política y administrativa: al-Andalus que fue como llamaron a la Península Ibérica y que, a su vez, pasó por diferentes etapas. A lo largo de ellas, Marida fue perdiendo protagonismo en la vida peninsular.  
Durante ese tiempo, cinco siglos en el caso de Mérida, la ciudad debió ir adquiriendo la fisonomía de una ciudad musulmana, sin embargo, en la actualidad, apenas quedan huellas. Se conocen algunos restos de edificios como el Área Arqueológica de Morería y recinto del Templo de Diana, que debieron estar vinculados con el poder, algunos cementerios e, incluso, algunos tramos de la muralla donde la ciudad redujo bastante su perímetro. Sin embargo, el edifico mas significativo de este período es la Alcazaba.


Un acontecimiento importante para Mérida durante este periodo fue la pérdida de su dignidad arzobispal que fue trasladada a Santiago de Compostela. La etapa andalusí en Mérida duró, como ya se ha dicho, cinco siglos, que finalizaron con la reconquista de la zona por parte de las tropas cristianas. Cuando los musulmanes, en el siglo VIII, emprendieron la conquista de la Península, una zona montañosa del norte se mantuvo firme a la dominación convirtiéndose los cristianos allí refugiados en el germen de los reinos que llevaron a cabo la reconquista y repoblación de la Península.
La alcazaba árabe de Mérida es la más antigua fortificación musulmana de la península ibérica, construida en el siglo IX junto al célebre puente romano. La alcazaba fue construida por Abderramán II en el año 835 como bastión para controlar la ciudad, que desde el año 805 se había rebelado continuamente contra el dominio emiral. Ello la convierte en la fortificación musulmana más antigua que se conserva en la península ibérica. La fortificación consiste en un recinto cuadrado de 130 metros de lado capaz de albergar un buen número de tropas. En su interior hay un aljibe, que es una cisterna subterránea de agua filtrada desde el cercano río Guadiana a la que se accede por una doble escalera desde el piso bajo de una torre. Dentro destacan las pilastras reaprovechadas de algún edificio visigodo cuya decoración, en relieve, consta de columnas en sus laterales y motivos vegetales que forman círculos alrededor de racimos y palmetas en sus frentes.​
El perímetro de la alcazaba es casi cuadrado, de unos 550 metros. Los muros, de unos 2,70 metros de grueso y 10 metros de altura, están fabricados en su mayoría con sillares de granito reaprovechados de obras romanas y visigodas con un relleno interior de tierra, piedras y argamasa. Originalmente había una gran torre cuadrada en cada esquina del recinto (cuatro en el principal y dos en el alcazarejo), mientras que en los lienzos de la muralla, a intervalos regulares o flanqueando las puertas, se disponían en total otras veintidós pequeñas torres de base cuadrangular, algunas de época cristiana.




A la alcazaba se accedía desde el puente romano a través de un pequeño recinto fortificado denominado tradicionalmente «alcazarejo». Por esta gran barbacana se controlaba el paso de personas y mercancías a la ciudad de forma que el recinto militar principal quedaba totalmente independiente de la población civil. A este último se entra por una puerta flanqueada por dos torres sobre cuyo arco de herradura​ se conserva una de las inscripciones fundacionales de la alcazaba.
Gracias a su ubicación estratégica, el recinto de la alcazaba ha sido catalizador de cuantos períodos históricos ha tenido la ciudad de Mérida. En la alcazaba se conservan restos de una doble calzada, el decumanus maximus de la urbe, y los cimientos de la puerta romana que separaba la ciudad del puente. También se han hallado vestigios de la muralla fundacional de Augusta Emerita (del siglo I a.C.) y restos de viviendas extramuros. Entre la muralla romana y la calzada paralela a ella se hallan restos de pequeñas dependencias, tal vez tabernas romanas. Entre las dos calzadas están los cimientos de una casa fechada en el siglo IV, con peristilo (patio porticado), termas y pavimento de mosaicos y placas de mármol.
Embutidos en el muro árabe se aprecian una gran cantidad de cupas, que eran bloques de granito utilizados en enterramientos romanos. Son también abundantes las piedras de origen visigodo, dispersas por todo el solar y en especial en las cercanías del conventual santiguista. En uno de los muros exteriores se halló una inscripción alusiva a la consagración de una iglesia supuestamente visigoda dedicada a Santa María. Documentos de la Orden de Santiago confirman su existencia junto al aljibe, ejemplar único de la arqueología peninsular, ejecutado con piezas de arquitectura decorativa romanas y visigodas. Sobre éste se ubicó una mezquita, de la que se conserva su planta, luego convertida en iglesia. No se conserva el que fuera tercer piso de este conjunto, en el que quizá se ubicara una torre de señales. Construcciones más recientes son el cenador y el pórtico neogótico del siglo XIX que reaprovecha columnas visigodas.






En el caso de Mérida fue el rey leonés Alfonso IX el que, en 1230, reconquistó la ciudad. En algunas ocasiones, los reyes mantenían bajo su control las zonas que iban conquistando; en otras, las entregaban para su gobierno y protección a nobles, a la iglesia o a las órdenes militares que, constituidas por monjes guerreros, fueron un gran apoyo para los reyes cristianos en este proceso. Mérida, y buena parte de Extremadura, fue cedida a la Orden Militar de Santiago.
Tras la reconquista, se permitió a los musulmanes que lo desearon permanecer en la ciudad aunque, para evitar problemas, se les alojó en un barrio fuera de la muralla, en la zona que conocemos como Morería. Era, además, necesario repoblar la zona con población cristiana por lo que los nuevos dirigentes otorgaron privilegios que hicieran atractivo residir en ella. Un ejemplo de estos privilegios fue el que se concedió para que la ciudad pudiera celebrar dos ferias o mercados a lo largo del año. Nuestra feria actual es herencia de ellas. La nueva población cristiana se preocupó de recuperar sus edificios de culto o levantar otros nuevos. Así, la iglesia de Santa Eulalia se reedificó y se levantó, poco después, la de Santa María, aunque las dos, como las conocemos hoy en día, son el resultado de reformas y añadidos realizados a lo largo de los siglos. 
Por lo demás, Mérida vive, al igual que el resto de la Península y Europa, como cualquier ciudad de época medieval: inmersa en una sociedad feudal cuyas bases fueron puestas durante la monarquía visigoda. En esta sociedad, muy jerarquizada, la monarquía apenas tiene un poder real, siendo los señores feudales -nobleza, jerarquía del clero, maestres de las ordenes militares- los que establecen las fórmulas de relaciones socio-económicas basadas en la producción de la tierra y en los vínculos personales -vasallaje-, perdiendo, con ello, las ciudades protagonismo en la vida pública.


La basílica martirial de Santa Eulalia de Mérida es un edificio religioso que se considera un núcleo muy importante del nacimiento del cristianismo en la península ibérica. Según los investigadores, fue el primer templo cristiano erigido en Hispania tras la Paz del Emperador Constantino; esta iglesia fue por tanto edificada como basílica martirial en memoria de Eulalia de Mérida; por ello se convirtió, durante los albores de la Edad Media, en lugar de peregrinaciones que llegaban desde el Occidente Europeo y desde el Norte de África; al mismo tiempo la noticia del martirio de su titular se divulgó por todo el imperio romano y con sus reliquias se erigieron numerosas iglesias especialmente en la Europa occidental.​
A su vez la historia de este templo se enmarca en la historia de la Iglesia Emeritense y en su singular relación con los Papas; esta basílica martyrium fue reerigida sobre los restos de la original en el siglo XIII por la Orden de Santiago como su Iglesia Capitular, y hasta finales del siglo XIX formó parte del Patrimoni Petri, es decir el Patrimonio de la Santa Sede. En el interior de la basílica nos podemos encontrar imágenes de gran relevancia como la imagen de Santa Eulalia o Ntra. Señora del Mayor Dolor, entre otras.



Construida extramuros de la ciudad antigua, es una bella construcción levantada originalmente en el siglo IV, sobre el túmulo funerario de Santa Eulalia y en las inmediaciones del lugar donde, según la tradición, fue inmolada la niña mártir. Templo famoso en la Cristiandad, por el martirio de Eulalia, fue enseguida enriquecido por los obispos y arzobispos de Mérida, pero en el que se dejaron sentir los embates consiguientes a la invasión árabe y de aquellos ricos mármoles y pavimentos de mosaicos, de los dorados artesonados que alababa el poeta Aurelio Prudencio no queda nada.
El templo actual se levantó en el siglo XIII, sobre la misma planta de la basílica original y reaprovechando algunos materiales, tras la reconquista de Mérida por Alfonso IX. Se aprovecharon parte de los muros de los ábsides para la nueva iglesia. Los muros de las naves se edificaron nuevos en 1230 desde los cimientos, con ligeros cambios en la orientación con respecto a los de los visigodos, aunque manteniendo la estructura basilical de la precedente.
La Basílica, aparte de su significado religioso, merece ser visitada y contemplada con detenimiento. Es la única construcción plenamente medieval que se encuentra en la capital extremeña. Destacan las capillas laterales al altar mayor y la puerta derecha de la fachada, de estilo románico, poco frecuente en Extremadura y en el que ya empiezan a notarse influencias del gótico. En el interior destaca el artesonado que cubre sus bóvedas, los capiteles y columnas, algunos de los cuales proceden del templo visigodo.
Tiene planta basilical, con tres naves que terminan en tres ábsides semicirculares. En la cabecera, restos de la basílica paleocristiana y visigoda. Destacan las capillas laterales del altar mayor y el artesonado de sus bóvedas. La puerta meridional de la fachada es de estilo románico. Según indica el arco apuntado que sirve de portada a la capilla, el edificio es de origen románico, si bien se aderezaría en el siglo XVII adoptando una fisonomía plenamente barroca.
Las portadas sur y norte, de marcado abocinamiento, tienen una estructura propia de las edificaciones tardorománicas; más sencillo es el vano norte, que terminó siendo el acceso a la Capilla de la Milagrosa realizada en el XVI. En el siglo XV tuvo lugar una gran reforma del espacio interior, que alteró notablemente la cubierta del templo de tiempos de repoblación. Estructuras abovedadas sustituyeron armazones de madera, se dispuso un magnífico artesonado cuya ornamentación incluye incluso mocárabes.
En el siglo XVI se edificó el monasterio de las freylas de la Orden de Santiago adosado al flanco oeste de Santa Eulalia, formando entre ambos edificios un interesante complejo religioso. Las obras supusieron nuevas modificaciones en el templo medieval. La última obra de entidad tuvo lugar en el siglo XVIII, momento en el que se erigió en camarín adosado al testero central, siguiendo la tendencia propia del arte barroco. El púlpito y el retablo de la cabecera son obras de notable calidad artística, merecen ser contemplados.
Santa Eulalia fue lugar de enterramiento para los emeritenses desde el siglo XIII, primero en el exterior y, a partir del XVI, en el interior. Las principales familias depositaron en el templo a sus finados hasta bien entrado el siglo XX: capillas funerarias y mausoleos se apropiaron de parte del espacio, habiendo sido reconocidos algunos de ellos gracias a las excavaciones arqueológicas efectuadas.


La ciudad de Mérida tenía cuatro puertas. En el lado nordeste estaba la «Puerta de la Villa» o de «Santa Olalla» y a las afueras de ella se encontraba el barrio de Santa Eulalia. A finales del siglo XVI, cuando comienza la consolidación de la ciudad, Mérida tenía dos parroquias, un hospital, ocho ermitas y algunos conventos.
En 1530 se decide el traslado del Convento de las freylas desde Santiago de Robledo a Mérida. El nuevo edificio se construyó adosado al muro de los pies de la Iglesia de Santa Eulalia. Para ello, se tapió la Puerta de los Perdones al tiempo que se comunicaban ambos edificios a través del coro alto facilitando, con ello, que las freylas asistieran a los oficios religiosos.
Edificio de gusto renacentista, en los muros de la fachada se combinan el tapial con el ladrillo, en tanto que la primera planta es de estilo gótico y está levantada con cantería de granito. En el interior, las dependencias se desarrollan en torno a un patio central.
Como se indicó, el edificio tiene una sola nave dividida en dos tramos por un arco de medio punto, estando cubiertos ambos tramos con bóveda de cañón con lunetos, es decir, intersección de dos bóvedas de cañón de distinta altura puesto que la palabra lunetos tiene diversas interpretaciones. La zona del presbiterio (cabecera) es la que aparenta mayor antigüedad: su forma es cuadrada, más alta que la nave, y se cubre con una cúpula semiesférica sobre pechinas, que son las encargadas de transmitir el peso de la cúpula a los pilares o muros mediante arcos o cúpulas semiesféricas.


La Santa Iglesia Concatedral Metropolitana de Santa María la Mayor es un templo católico que se levanta en pleno corazón histórico de la capital extremeña y que junto a la Catedral de Badajoz, es sede de la archidiócesis de Mérida-Badajoz. Heredera de la antigua Catedral de Augusta Emérita, su aspecto actual comienza a fraguarse tras la reconquista de la ciudad por parte del rey Alfonso IX de León, por lo que sus restos más antiguos corresponden al siglo XIII. El conjunto está declarado Bien Cultural Prioritario de Mecenazgo.
El actual templo concatedralicio se levanta, según las investigaciones de importantes arqueólogos e historiadores, sobre la que fuera Catedral de Santa Jerusalén, sede del arzobispado visigodo de Emérita.
Con la invasión árabe de la ciudad, la comunidad cristiana de Mérida se ve obligada a abandonar la población llevándose consigo las reliquias de la iglesia emeritense, entre las que se encontraban las de la mártir Eulalia. La irrupción de las tropas árabes en la ciudad traerá consigo la pérdida, en un principio provisional, de la sede metropolitana de Mérida. Posteriormente, bajo el pontificado de Calixto II, por bula de 28 de febrero de 1119, la Sede emeritense fue trasladada a Santiago de Compostela.
En marzo de 1230, Alfonso IX reconquista la ciudad, que es cedida al arzobispo de Compostela. Este hecho conlleva la dificultad de la recuperación de la Sede Metropolitana emeritense y, en consiguiente, supone la pérdida definitiva de la dignidad catedralicia para el templo mayor de Mérida.
Será en ese mismo año cuando comienza la construcción de una capilla dedicada a Santa María sobre las ruinas de la seo visigoda. En el año 1479, Alonso de Cárdenas, maestre de la Orden de Santiago, ordena la ampliación de dicha capilla dando forma, de este modo, al templo actual, con el fin de convertirlo en la Iglesia Mayor de la ciudad, para lo que suprime las parroquias de Santiago y San Andrés, que quedarán anexionadas a la actual concatedral.
En el siglo XVI, la fábrica del templo concatedralicio se amplia con la construcción de varias capillas, entre las que destacan la de los Vera, la capilla bautismal y la de los Mendoza, contigua a la anterior.​
En 1994, con la Bula Universae Ecclesiae del papa Juan Pablo II, mediante la cual se restituye el antiguo arzobispado emeritense con el nombre de Mérida-Badajoz, el templo de Santa María obtiene la dignidad concatedralicia constituyéndose, junto con la catedral de Badajoz, en sede de los arzobispos extremeños. Dos años más tarde, el 12 de octubre de 1996, el nuncio papal en España, Lajos Kada, abría el culto concatedralicio en Santa María y los canónigos tomaban sus respectivas sedes en el templo.
Tras este acontecimiento, el segundo arzobispo de Mérida-Badajoz, Santiago García Aracil, consagra el templo metropolitano en el año 2006, coincidiendo con la celebración del 1350 aniversario del primer documento que cita a Mérida como una comunidad cristiana plenamente constituida.
El 15 de agosto de 2012, la Santa Sede aprueba la institución de un Cabildo autónomo. La aprobación se lleva a cabo en un solemne acto en la tarde del 9 de marzo de 2013, acto en el que se inaugura la nueva Sala Capitular y durante el cual se elige al sacerdote diocesano Juan Cascos González, como primer deán de la concatedral emeritense.


El conjunto catedralicio cuenta con tres portadas: La Portada de Santa María o de la Guía, que se abre a la plaza de España, consta de un primer cuerpo adintelado. Sobre éste se levanta la capilla de la Virgen de la Guía, hornacina encuadrada entre dos columnas con capiteles de orden corintio, que alberga una imagen de Nuestra Señora de la Guía del siglo XVII. El camarín actual se erige en 1766 sobre uno preexistente del siglo XVI mandado levantar por Francisco Moreno Almaraz, conquistador en Perú.
La Puerta del Perdón, en la fachada oriental del templo, da a la plaza de Santa María. Se trata de una portada de traza clásica del siglo XVI, obra de Mateo Sánchez de Villaviciosa, maestro que también participaría en la catedral de Plasencia. Consta de dos cuerpos; el inferior, con dobles pilastras cajeadas de orden jónico y el superior, con pilastras acanaladas corintias que enmarcan los escudos de Mérida y de la Orden de Santiago. Sobre ella se eleva la torre-campanario, de planta cuadrada y en donde se encuentra una caja musical del siglo XVI con diez campanas y un reloj de incalculable valor histórico-artístico, solo comparable en España con el de la catedral de Santo Domingo de la Calzada.
La Puerta de San Juan Macías; se trata de la puerta que daba acceso al templo desde el primer tercio del XVI por el lado septentrional, hoy da acceso a la Sala Capitular. La portada, de estilo renacentista, luce un escudo de Mérida sobre el dintel y, como es habitual en este templo, la Cruz Santiaguista.



La concatedral, de planta rectangular, consta de tres naves (la central, dos veces más ancha que las laterales), separadas por pilares de sección cuadrada, con una columna adosada en cada frente sobre la que apean arcos apuntados. La cubierta de las naves, originariamente de armadura mudéjar, es de bóveda de aristas.
La Capilla Mayor o presbiterio consta de dos tramos, cubiertos con bóveda de terceletes sobre planta rectangular el primero y en abanico el segundo, con claves decoradas con un florón vegetal y con el Cordero Místico. A un lado del presbiterio, bajo arcosolios, se puede admirar el sepulcro de alabastro de don Diego de Vera y Mendoza, canciller de Alonso de Cárdenas, último maestre de la Orden de Santiago. Este noble emeritense aparece tumbado sobre su lecho mortuorio. Su cabellera y rostro están bien tratados. Su cabeza va tocada con birrete y viste tabardo cortesano que deja traslucir la camisa. Porta calzas en sus pies. Empuña mandoble con gavilanes y Cruz de Santiago en la empuñadura y la vaina decorada con escudo de los Vera. A los pies le acompaña un perro que porta collar en su cuello.
El Altar Mayor. El espacio del altar mayor está presidido por un retablo barroco, fechado entre 1762 y 1764, obra del escultor jerezano, Agustín Núñez Barrero. Se trata del tercero de los conocidos que decoró este espacio. El retablo es de cuerpo cónico, con tres calles, con banco que soporta el cuerpo central, rematando en un cascarón con la Santísima Trinidad. En ese cuerpo central destaca la imagen barroca de María, en su Asunción, elevada a los cielos por ángeles y querubines entre nubes. En las calles laterales se integran distintas esculturas provenientes de un antiguo retablo. Estas esculturas fueron ejecutadas en el siglo XVII por el escultor portugués Francisco Morato; representan a los apóstoles San Pedro y San Pablo, y a las mártires emeritenses Santa Eulalia y Santa Julia. Delante del banco de este retablo se encuentra la sede episcopal y la sillería del coro.
El Altar de la Virgen del Carmen. El altar, situado en el muro de la epístola, está presidido por un retablo del barroco tardío dedicado, a fines del XVIII, a la Virgen del Carmen por una cofradía de devotos a esta advocación mariana, hoy desaparecida.
El Altar del Cristo de la O. Situada en uno de los retablos laterales de la Capilla Mayor, se trata de una talla que representa a un crucificado en el momento después de la expiración. De estilo tardo-gótico, se trata de una de las obras de imaginería más importantes de la región. La talla, obra anónima de la segunda mitad del siglo XIV, se encuadra en la tradición de Cristos negros góticos y guarda estrecha relación con el Cristo Negro de la concatedral de Cáceres. Protagoniza un impactante Vía Crucis en la noche del Miércoles Santo en el anfiteatro romano de la ciudad.​
La Misa de San Gregorio. Mención aparte, cabe reseñar uno de los elementos artísticos más importantes del templo; la representación pictórica de la Misa de San Gregorio. Situada en el ábside concatedralicio, esta pintura mural fue ocultada en el siglo XVIII por el retablo mayor que hoy preside la Capilla Mayor. Durante unas obras de consolidación del templo, el fresco quedó al descubierto, lo que permitió su estudio y restauración. Según sus motivos iconográficos, se trata de una pintura mural gótica del siglo XV aunque guarda una estrecha relación con la pintura de tradición italogótica de la primera mitad del siglo XIV.5​ Representa la aparición de Cristo, Varón de Dolores, que muestra las llagas de su Pasión a San Gregorio mientras este celebra la Eucaristía, tema muy representado a lo largo de la Edad Media. La pintura está representada en dos bandas; en la inferior aparece San Gregorio en el momento de la consagración y en el mismo plano la tiara de tres coronas y el cáliz. En la parte superior, el milagro de la aparición de Cristo resucitado, saliendo del sepulcro, rodeado de los símbolos de la Pasión junto a la Virgen y San Juan. En el fresco hay un acusado linealismo y una elemental perspectiva, que fundamentalmente se basa en los dos grandes planos representados, a los que se suma cierta construcción espacial en las líneas oblicuas de la mesa del altar y del sepulcro. Según las investigaciones de Piquero López, la técnica de composición entroncaría el mural con el taller del maestro toledano Rodríguez de Toledo.​ Hoy en día, se puede apreciar una reproducción de la pintura en la capilla del Conde de la Roca.






En la nave del Evangelio:

Capilla del Santísimo Sacramento. La capilla, situada en el ábside del templo, se abre a la nave del Evangelio. Fue promovida por Gonzalo de Vargas Hurtado. De planta rectangular, está dividida en dos tramos. El primero de ellos es de sencilla bóveda de cañón, que vino a sustituir en 1750 al artesonado de madera que tuvo originalmente. Por el contrario, el segundo se compone de una bella bóveda estrellada, de cinco claves unidas por círculo, y todas ellas decoradas con veneras y cruces de Santiago. De su interior destacan el tenante de altar hispano-visigodo, proveniente de la antigua catedral, y el retablo barroco de las reliquias. El retablo, dedicado a San Lorenzo, procedía de la Capilla de los Condes de la Roca. Contiene varias reliquias de santos conseguidas por el Conde siendo embajador extraordinario en Roma. Está presidido por una pequeña imagen de la Virgen del Facistol, copia de la talla de la Inmaculada que Alonso Cano hiciera para el facistol de la catedral de Granada. En esta capilla se encuentra el lugar de enterramiento de Monseñor Antonio Montero, primer arzobispo de Mérida-Badajoz.

Altar del Santísimo Cristo de las Injurias. El primer altar de la nave del Evangelio está dedicado al Santísimo Cristo de las Injurias. Se trata de un arcosolio gótico que en su tiempo albergó los restos de Leonor de Austria,​ reina de Portugal y Francia, hermana de Carlos V, hasta que fueron trasladados al Monasterio de Yuste por orden del dicho emperador. La imagen a la que se dedica este altar, el Cristo de las Injurias, es un Ecce Homo de exquisita calidad, obra del genial Blas Molner, escultor nacido en Valencia pero que ejerció su magisterio en Sevilla a finales del siglo XVIII, donde llegó a convertirse en arquetipo del neoclasicismo imaginero hispalense. La imagen, de busto, fue hallada en una hornacina de una de las capillas, y fue restaurada para poder ser llevada en procesión en la noche del Lunes Santo

Sala Capitular. La actual Sala Capitular fue inaugurada el 9 de marzo de 2013. Está instalada en la antigua Capilla de la puerta norte. Cabe destacar la puerta de acceso, renacentista, así como las ventanas geminadas del muro de la izquierda.

Altar de Nuestra Señora del Rosario. Se trata de un arcosolio renacentista que alberga una imagen de la Virgen dolorosa del Rosario. Esta imagen de candelero, obra del imaginero alcalareño Manuel Pineda Calderón, fue encargada en 1966 por la Real Hermandad y Cofradía Infantil, y procesiona en la noche del Lunes Santo.

Capilla de Nuestro Señor Jesucristo o de los Mendoza. Erigida a finales del siglo XVI, la capilla se abre a la nave septentrional. Posee portada plateresca de medio punto rebajado, toda ella decorada con florones, cabezas de angelotes y una figura desnuda de varón (Adán). En la clave de la puerta el blasón de los Mendoza, que es una banda terciana. En la verja de forja que cierra el recinto, se muestra una inscripción de letras sobredoradas, con el nombre de la propietaria de la capilla, además de acoplarse escudos de los Vélez de Guevara, Moscoso, Silva, Figueroa y, de los propios Mendoza, todos ellos pintados sobre forja de hierro soldada a la reja. En su interior, la cubierta es de bóveda estrellada y, al fondo, podemos admirar un pequeño retablo barroco, fechado en 1769, presidido por una talla de Cristo amarrado a la columna, y en el que se integra una pintura sobre lienzo de Santa Cecilia, obra quizá reaprovechada de un retablo anterior.

Sacristía menor.

Altar de la Inmaculada Concepción. La talla, realizada a finales del siglo XVII en madera policromada, sigue la tradición iconográfica inmaculista. Presenta a la figura de María en actitud orante sobre trono de querubines. La estética de la talla es propia del Barroco; cubierta con túnica estofada, los pliegues de la talla concepcionista se muestran angulosos y marcados introduciendo así un juego de luces y sombras y una sensación de movimiento y, casi teatralidad. La cabeza de la Inmaculada, levemente inclinada, refleja el rostro de una mujer joven, al gusto del realismo clásico e idealizado de la imaginería barroca de la escuela sevillana.​

Capilla del Bautismo o Baptisterio. La capilla se encuentra a los pies de la nave del Evangelio. La portada de acceso es plateresca, de arco rebajado, decoradas sus jambas con rosetas. Luce su techo bóveda de terceletes de 9 claves cuyos nervios apean sobre ménsulas. La pila bautismal es plateresca y, en su decoración, aparece Eva desnuda. En la pared de la izquierda se adosa un interesante retablo con tablas en las que se representan a San Ambrosio y San Agustín, Padres de la Iglesia; la Virgen del Rosario y Santo Domingo.






La nave de la Epístola

Capilla del Conde de la Roca - Sacristía Mayor. Situada en el costado meridional del presbiterio, la capilla fue levantada en el primer tercio del siglo XVI. Muestra exteriormente, en la fachada que da a la Plaza de España, dos blasones de la familia titular, los condes, luego duques, de la Roca, realizados en mármol blanco. En la segunda mitad del siglo XVI, cuando se regularizó la fachada meridional del templo, se anexionó a esta la capilla de don Pedro Rodríguez, de origen medieval y que se encontraba en la cabecera de la nave meridional. La capilla está dividida en dos tramos, el primero cubierto con bóveda de crucería y, el segundo, con bóveda de crucería apeada sobre ménsulas decoradas con bolas, luciendo en una de las claves el escudo de los patrones de la capilla. El recinto tiene dos portadas, una, del siglo XVI, con acceso directo al presbiterio y otra, original de la antigua capilla medieval de Pedro Rodríguez, que se abre a la nave de la epístola.​ En su interior destaca el sepulcro de alabastro de doña Marina Gómez de Figueroa, esposa del Canciller don Diego de Vera. Asimismo, cabe mencionar el cuadro que ocupa la pared frontal, alusivo a la Adoración de los Reyes Magos.

Capilla de San Antonio. La capilla fue costeada por Don Francisco Moreno de Almaraz en 1569 bajo la advocación de san José. El retablo barroco que podemos admirar actualmente está dedicado a san Antonio de Padua y es posible que proceda del extinto convento de Santa Clara. A ambos lados se encuentran sendos altares dedicados al Sagrado Corazón de Jesús y a san José El retablo de la imagen de San José es obra de Manuel Pineda Calderón de la mitad del siglo XX, y propiedad de la Hermandad del Calvario, donde albergaba la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno (obra de Pineda Calderón de 1948) hasta el año 2010, que fue trasladada a la Parroquia del Calvario, por mandato del Arzobispo D. Santiago García Aracil, junto a la Virgen de los Dolores (Anónima- Pineda Calderón 1966)

Capilla de Nuestra Señora de los Desamparados o de los Vera. Erigida a expensas de Francisco Moreno de Almaraz, al igual que todo el lienzo meridional del edificio, fue culminada en 1579. Pensada como lugar de enterramiento de la familia del promotor, estuvo consagrada bajo la advocación de san Nicolás de Tolentino. Se abre a la nave de la Epístola a través de una portada renacentista con caracteres clasicistas propios de la época. En su interior, sobresale el retablo barroco presidido por una imagen de Nuestra Señora de los Desamparados.

Altar de la Candelaria. El retablo de la Candelaria está realizado en madera, policromado y estofado, se atribuye estilísticamente a finales del siglo XVI, y se aloja en un altar lateral situado al final de la nave de la epístola. El retablo consta de banco con los relieves que representan a san Francisco a la izquierda y a san Jerónimo a la derecha. Asimismo, cuenta con un primer cuerpo con tres calles, la central en forma de hornacina ocupada por la Virgen de la Candelas, talla en madera sobredorada y policromada del siglo XVI; mientras que a su derecha está san Pedro y a la izquierda san Juan Evangelista. En el segundo cuerpo, también de tres calles, se encuentran san José y san Blas que flanquean una pintura sobre lienzo de santo Domingo de Guzmán. El ático está formado por un relieve con la escena de la Anunciación. El conjunto se corona con una representación pictórica de Santa Eulalia, una de los testimonios más antiguos de la santa que se conservan en la ciudad.

Altar del Medinaceli. De rasgos neoclásicos, el altar guarda la imagen de Nuestro Padre Jesús de Medinaceli. Adquirido en 1954 en la Casa Flandes de Madrid por doña Batilde Martín, fue cedido a la Real Hermandad y Cofradía Infantil, quien lo procesiona en la noche del Lunes Santo.




Los Reyes Católicos marcan el comienzo de la época moderna en España. Con ellos se pone fin a la parcelación de la Península en pequeños reinos y comienza el proceso de unificación peninsular bajo una monarquia fuerte que, entre otras cuestiones, incorporó los maestrazgos ,el máximo poder, de las Ordenes Militares a la corona; fueron, también, los motores de la expansión de España por Europa y América y, en el ámbito local, los propulsores de un nuevo desarrollo de las ciudades al reforzar el control de las mismas por parte de la monarquía al generalizar la figura del corregidor, una especie de delegado de los reyes en los ayuntamientos. En consecuencia, desde el reinado de los Reyes Católicos ,finales del siglo XV, comienzos del siglo XVI, hasta la primera mitad del siglo XVII, Mérida vivió un periodo de desarrollo económico que se tradujo tanto en las obras públicas que se realizaron como en las obras de arquitectura religiosa (iglesias, conventos o ermitas) y civil. La ciudad se expandió fuera de las murallas, hacia el Arrabal de Santa Eulalia, actual Rambla junto a la extinta Puerta de la Villa.
La Rambla esta compuesta por don grandes parques con arboleda de trazado triangular divida por la Plaza Joan Miro, la cual esta presidida por el Obelisco de Santa Eulalia.
La estatua fue erigida en 1633 en honor de la mártir patrona de Mérida. Se emplearon en su construcción diversos materiales entre los que destacan piezas romanas, como tres aras cilíndricas y un capitel corintio, coronando el conjunto colocaron la imagen de la mártir con un togado.
Cuenta una leyenda que se remonta al siglo XVII que cuando el pueblo de Mérida se portaba mal o cuando se avecinan sobre la ciudad grandes desastres y calamidades la imagen misteriosamente giraba 180 grados sobre si misma y se colocaba mirando hacia su iglesia y dando la espalda a la ciudad. Se tiene constancia de que se volvió por primera vez en el siglo XVII, cuando una gran epidemia de peste asoló gran parte del oeste peninsular. En 1936, año de comienzo de la Guerra Civil Española la imagen volvió a rotar, dándole la espalda a la ciudad de Mérida.
Parece ser que la última vez que la imagen se giró fue tras ser temporalmente retirada de su pedestal para su restauración. Un tiempo después, la empresa que se encargó de dichos trabajos entró en suspensión de pagos y desapareció por lo que la leyenda volvió a tomar relevancia.
Durante años hubo quién tachó este hecho de milagroso, sin embargo los más escépticos lo explicaron afirmando que una de las piezas que sustentaba a la imagen cogía holgura por efecto del aire frío y por ese motivo la mártir se giraba.





La Puerta de la Villa se trata de una plaza en cuyo centro se alza una fuente con una estatua femenina de bronce. Representa a la arqueología como una mujer, vestida a la usanza romana, portando un ramo de laurel en una de sus manos. La escultura es obra del afamado escultor local Juan de Ávalos. Ésta se hizo en homenaje a los arqueólogos que iniciaron las excavaciones en Mérida a comienzos del siglo XX.
Desde esta plaza se abre la calle de Santa Eulalia, donde en un edificio que hace esquina se encuentra la oficina de turismo de la ciudad, verdadera arteria vital de la ciudad que perpetúa el que fuera eje de la Colonia romana, el decumanus Maximus. Esta vía seccionaba la urbe de oeste a este, desde la puerta del puente sobre el Guadiana hasta donde nosotros nos hallamos ahora, lugar en el que estuvo ubicada otra puerta, de ahí que esta plaza reciba el nombre de Puerta de la Villa.
Junto a la plaza se encuentra la Sala Decumanus que en los restos de su parte inferior nos muestra un fragmento del decumanus maximus, con sus losas de diorita y cuarcita, así como restos de los pórticos que la flanqueaban. Ya dentro de la citada Sala, merece la pena admirar un testimonio arqueológico singular. Se trata de un aljibe romano utilizado por los primeros cristianos de la localidad como improvisada iglesia. La prueba que corrobora esta circunstancia es la presencia, en una de las paredes de este deposito, de una corona de laurel en cuyo interior se representa el anagrama de Cristo.
Muy cerca de ese lugar, al inicio de la Rambla, se encuentra la presencia de otra estatua, en este caso de mármol. Es la representación ideal de la Mártir Eulalia, patrona de la ciudad. Fue realizada por otro escultor emeritense: Eduardo Zancaza.





Por lo que respecta a las edificaciones religiosas, en el siglo XVI se levantaron los primeros conventos: el de las freylas de Santiago que se anexionó a los pies de la parroquia de Santa Eulalia cuyos restos, de propiedad privada, aún se conservan y el de San Francisco, ya desaparecido, que estuvo en el espacio que ocupa el Mercado de Calatrava que se construyó en 1887 ocupando parte del solar en el que, desde el siglo XVI, estuvo la iglesia del Convento de San Francisco. Es un edificio en el que se combina el neomudejar con la arquitectura del hierro y que se levanta a partir de un alto zócalo de granito. El Conventual santiaguista que se edificó, a partir de 1563, en uno de los ángulos de la Alcazaba, para acoger la residencia oficial del Prior de la Orden de Santiago, dignidad equiparable a la de los obispos. Tuvo una vida efímera ya que en 1600 la sede prioral se trasladó al Convento de San Marcos, localizado en la ciudad de León.  


Reconquistada la ciudad de Mérida por los ejércitos cristianos en 1230, los caballeros de la Orden de Santiago construyeron en el ángulo norte de la alcazaba árabe varias dependencias donde se instaló la Casa de la Orden y Encomienda. A mediados del siglo XVI, los preceptos del Concilio de Trento mandan residir a los dirigentes eclesiásticos en territorios de su jurisdicción. Entre 1563 y 1600 se realizaron unas obras de para acoger la sede del Priorato de San Marcos de León. De entonces data la construcción de la iglesia y del claustro porticado con doble galería de arcos de medio punto sobre columnas. Durante las Guerras de Sucesión e Independencia, el conventual se utilizó como hospital y cuartel. En 1902 el ayuntamiento lo puso en venta por 6.000 pesetas y en 1983 todo el conjunto fue rehabilitado para servir como sede de la Presidencia de la Junta de Extremadura.


Las fundaciones de conventos prosiguieron a finales del siglo XVI y principios del XVII con los de la Inmaculada Concepción, único convento emeritense que aún mantiene las funciones para las que se creó, Santa Clara y San Andrés. Del Hospital Municipal se encargaron los Hermanos de San Juan de Dios. 
La iglesia y el convento de las RR. MM. Concepcionistas se sitúa en el entorno del Arco de Trajano, en la calle Concepción. Se trata de un edificio del siglo XVI regentado por una comunidad femenina de clausura perteneciente a la Orden de la Inmaculada Concepción. El convento fue fundado en 1588 por el mecenas emeritense Francisco Moreno de Almaraz, quien participó junto a Francisco Pizarro en la Conquista de Perú y que también propició la reforma de la Puerta de Santa María de la Concatedral de Mérida y la construcción de la Capilla de la Virgen de la Guía. Por su parte, la Iglesia del convento fue terminada en el año 1630 bajo la dirección del maestro Hernando de Contreras. En el año 2009, las concepcionistas se marcharon del convento y desde entonces, este emblemático lugar de la capital extremeña se encuentra en desuso.
La iglesia, de una sola nave, es de planta basilical y fue construida entre los siglos XV y XVI. La actual cubierta del templo conventual, con bóveda de lunetos y cúpula semiesférica en la capilla mayor, se construyó en la primera mitad del XVIII. Del interior cabe destacar el retablo mayor presidido por la imagen de la Inmaculada Concepción.
En el año 1620 el Cabildo municipal de Mérida decidió rendir pleitesía a la Virgen realizando el solemne acto del Voto y Juramento de la defensa de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Desde entonces, y de manera ininterrumpida, las distinta corporaciones que han gobernado la ciudad han venido realizando este histórico acto que sirve de antesala a las fiestas patronales en honor a Santa Eulalia.
Cada 8 de diciembre, por la mañana, la corporación municipal sale en solemne procesión civil desde el Palacio Municipal. El cortejo, que es presidido por los maceros y por el pendón de la ciudad, se dirige por la plaza de España, Félix Valverde Lillo, Trajano y Concepción hasta la Iglesia de las Madres Concepcionistas. Una vez dentro, el alcalde otorga el bastón de mando a la Madre Superiora y da comienzo la Solemne Eucaristía que suele ser presidida por el Arzobispo de la ciudad. Concluida la celebración, el Alcalde, en nombre de la Corporación y de toda la ciudad de Mérida, renueva el Voto de la defensa del Dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.



Fue un médico local, Lope Sánchez de Triana, quien iniciara en 1602 las obras del Convento de Santa Clara que fuera de las monjas Clarisas. No quedó rematado hasta bien entrado el siglo XVII. Por desgracia, las desamortizaciones del XIX desmembraron el conjunto. Las dependencias del convento pasó a ser residencia privada (hoy es la sede del Consorcio de la Ciudad Monumental) y la iglesia fue utilizada como almacén, escuela, teatro y museo, que es el uso que hoy mantiene al ser la sede de la Colección Visigoda.
Es una obra señera del barroco clasicista, a pesar de los muchos avatares que tuvo su edificación. Sobre robustos zócalos de granito arrancan muros con cajeados de ladrillos recercados con mampostería. Los vanos y esquinas son, en su integridad, de granito.
En su interior podemos apreciar que el templo es de una sola nave, dividida en dos tramos por medio de grandes pilastras, con cabecera cuadrada. Las cubiertas de los tramos son de medio cañón y de medio cañón con lunetos. El crucero, sin embargo, luce una cúpula sobre pechinas rematada con una linterna. Al exterior no se aprecia la cúpula porque está enmascarada por una terraza cubierta.
De los edificios civiles y religiosos de esa gran ciudad que fue la Mérida visigoda nos restan multitud de testimonios, especialmente de las piezas que los decoraron: cimacios, pilastras, ventanas, columnas, celosías, o que formaron parte de la liturgia en las iglesias del poderoso obispado emeritense: canceles, pilas, mesas de altar… También podemos ver laudas o inscripciones sepulcrales de los cristianos de esa época, así como objetos de orfebrería, cerámica y vidrio. En la dependencia junto a la antigua iglesia se conserva un claustro rectangular de dos plantas.





El Convento de San Andrés, también dominado Convento de Santo Domingo por su relación con la Orden de Predicadores. La construcción del antiguo Convento se inició en 1571 por la Comunidad Dominicana sobre las ruinas de un primitivo templo parroquial que pasó a ser ermita dedicada a San Andrés una vez anexionada la parroquia a la actual catedral de Mérida en la segunda mitad del siglo XV. Debido a la precariedad de medios, el conjunto conventual estuvo siempre en obras entre reconstrucciones y ampliaciones, no finalizándose hasta 1636.​
La iglesia del convento fue diseñada en 1606 por el maestro emeritense Hernando de Contreras. Se hallaba exento de construcciones en sus ángulos Norte y Oeste, quedando el resto unido a otras construcciones.
Una vez desamortizado, corrió la misma suerte que el resto de los edificios monásticos de la localidad: ser receptáculo de usos diversos, algunos tan opuestos al objetivo de la Comunidad que lo erigió como el de servir de cárcel durante la Guerra Civil.
La fachada norte, que delimita el complejo conventual en la actual Plaza de Santo Domingo, se configura con un extenso muro de sillería y mampostería. Este muro se extiende desde el testero de la iglesia en su lado derecho hasta el cierre de varias dependencias y pabellones de viviendas en el izquierdo, con escasos y discretos vanos. Su elemento central es la portada, flanqueada por dos pares de columnas de inspiración manierista con tambores almohadillados y un dintel adovelado que sostiene un entablamento de orden toscano, decorado con rosetones en las metopas y triglifos. El conjunto, austero y sobrio, se corona con una hornacina de ladrillo y cal, que alberga una imagen en mármol de Santo Domingo, de menos de un metro de altura. Bajo esta imagen, se encuentra un escudo con la Cruz de Santiago y la inscripción: «Defendere Fidei Ordo Veritatis».
En la fachada oeste del convento, que corresponde a la fachada principal de la iglesia y al lado de la Epístola, se abre otra portada, sencilla pero bien elaborada, con jambas molduradas de piedra y un guardapolvo académico. Posteriormente, se añadió en esta zona una construcción de dos plantas de mampostería y bóvedas de arista, junto a la cabecera de la iglesia, cerrando así el acceso a la calle. A los pies de la iglesia se eleva una sencilla espadaña con dos huecos para campanas.
El interior del convento se organiza en torno a un pequeño claustro situado detrás del presbiterio, caracterizado por arcos de medio punto en ladrillo sobre machones y bóvedas de arista en las galerías. En el segundo nivel, una galería alta presenta balcones sencillos y una cubierta inclinada con avigado. Además, el convento contaba con patios, un corral, huertas y otros espacios abiertos, orientados principalmente hacia el área de servicio en la parte posterior. Las zonas habitables estaban compuestas por celdas, estancias, almacenes y otras dependencias, con cubiertas de bóvedas de cañón o arista, propias del modelo extremeño, así como sótanos que revelan distintas fases constructivas.
La iglesia del convento, de planta cuadrangular con dimensiones de 7,60 x 13,65 metros, tiene una nave con bóveda de cañón y un presbiterio cubierto por una bóveda de cañón con lunetos en el último tramo, donde probablemente se situaba el coro. Los muros, de ladrillo y mampostería recubiertos de mortero de cal, se alzan en ciertos tramos sobre basamentos de sillares de granito. La cabecera se encuentra exenta, con las portadas principales del templo en los muros laterales; la del lado del Evangelio permitía el acceso desde el interior del convento.


El convento de Jesús Nazareno fue erigido en el entorno de la Iglesia de Santiago, hoy desaparecida, por la Orden Hospitalaria de Jesús Nazareno. El edificio fue concebido como convento-hospital. Actualmente sus instalaciones acogen el Parador Nacional de Turismo Vía de la Plata. El convento se fundó en 1724 para instalar en él un hospital de convalecientes pobres a cargo de los hermanos de la Orden Hospitalaria de Jesús Nazareno. Su construcción comienza en 1725 y, aunque en 1734 empieza ya a funcionar como institución hospitalaria, vuelven a efectuarse obras de ampliación y reformas a comienzos de la segunda mitad del siglo XVIII. Desamortizado en el siglo XIX, pasó a formar parte del patrimonio de la ciudad, destinándose, principalmente, para acoger la cárcel del Partido Judicial de Mérida.
El edificio conserva, aunque con alguna transformación, todas las partes que lo componían: iglesia, claustro, enfermería, área de celdas y huerta, ahora jardín de antigüedades. Su fachada principal se orienta hacia la plaza de la Constitución. En sus orígenes contaba con dos puertas similares.





Por lo que respecta a las construcciones civiles podemos destacar la remodelación del palacio de los Vera Mendoza para adaptarlo a los gustos del Renacimiento. A este mismo periodo artístico corresponderían el palacio de los Condes de los Corbos -embutido en el Templo de Diana- y el de los Duques de la Roca que se hallaba en el espacio ocupado por el Colegio Trajano. De acuerdo con el espíritu del Renacimiento, que se caracterizó por el interés que se prestó a la cultura clásica, comenzó a valorarse el patrimonio heredado de la antigüedad. Así, en los primeros años del siglo XVII, coincidiendo con los comienzos del barroco - un tiempo de crisis que se caracteriza por sus continuas contradicciones: lujo y pobreza, luces y sombras, ostentación y sencillez-, se recuperaron piezas arqueológicas para ornamentar algunos espacios de la ciudad como fueron los que embellecieron la capilla del hornito o las que formaron el obelisco de la Mártir. 
El palacio de los Mendoza es todo de obra de sillares berroqueños y, tanto en su estructura interna como en su fachada principal, se aprecia que es fruto de varias momentos, especialmente de los siglos XV y XVII. Así, junto a algunos ventanales con arcos conopiales y una gran ventana con arcos trilobulados con dos finas columnillas haciendo de parteluz, la misma fachada luce vanos con frontones barroco-clasicistas.
El interior, adaptado junto a la casa de los Pacheco a las necesidades de una instalación hotelera (actualmente Hotel Merida Palace), conserva una galería de arcos rebajados. Las paredes están decoradas con bellos azulejos talaveranos que recrean escenas de la Reconquista. El edificio adyacente es el Palacio de los Pacheco (construido entre 1802 y 1821). En él se hospedaron, en sus visitas a Mérida, la reina Isabel II y su marido D. Francisco de Asís y el rey Alfonso XII. A principios del siglo XX se construyó en su interior un patio de clara inspiración árabe.


En la Mérida regeneracionista de finales del XIX se consideró conveniente la demolición del palacio del Duque de la Roca, ya en bastante mal estado, para construir en su solar las Escuelas Públicas. Un edificio neoclásico que se dotó en su momento del equipamiento pedagógico más novedoso. Actualmente acoge al Colegio Público Trajano. 


A este periodo de expansión le sucedió la recesión que impuso a toda la comarca de Mérida la guerra con Portugal. Su población, diezmada, no podía contribuir con los continuos requerimientos de provisiones o alojamientos de soldados que, repetidamente, se le imponían. Esta misma situación se repitió con la Guerra de Sucesión a comienzos del siglo XVIII. Las construcciones religiosas barrocas del siglo XVIII se manifestaron en Mérida en todo su esplendor tanto en sus estructuras como en sus ornamentaciones. Las plantas de las iglesias del hospital de San Juan de Dios (Asamblea de Extremadura), del Convento de Jesús (Parador de Turismo) y de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen que perteneció al convento de Franciscanos Descalzos, son bellos ejemplos de las manifestaciones del barroco emeritense que se desarrolla con modelos mas clásicos y desornamentados que en otros lugares. 
El antiguo Hospital de San Juan de Dios, hoy sede de la Asamblea Autonómica, es de corte barroco, presentando zócalos y esquinas de granito, en tanto que el resto de las fábricas y las portadas son de ladrillo. Su interior se articula en torno a un patio porticado de dos alturas, la primera con arcos de medio punto y, la segunda, con una galería de arcos rebajados.
La iglesia, construida aparte entre 1764 y 1768, como consta en las cartelas esgrafiadas que hay en su fachada, es de planta central inscrita en un octógono, cerrándose con una cúpula. El templo albergó no hace mucho al antiguo hemiciclo del Parlamento. Hoy es utilizada como sala de exposiciones temporales, cuyo suelo de cristal nos permite ver restos de un mosaico de fines del siglo I d.C. con la representación del mito de Perseo y Medusa. La que fuera sacristía alberga actualmente una exposición permanente sobre la historia regional y el parlamentarismo extremeño.
Merece la pena visitar el nuevo Salón de Plenos, no sólo por el contraste que se crea entre la vieja arquitectura del convento y la nueva, también para admirar el mosaico de la caza del jabalí, de finales del siglo IV d.C., aparecido en 1978 en una céntrica calle emeritense.


La iglesia de Nuestra Señora del Carmen nace como santuario anexo al Convento de Franciscanos descalzos que había sido trasladado en el siglo XVIII desde la iglesia de Nuestra Señora de la Antigua. Tras la Desamortización de Mendizábal, el cenobio pasó a acoger las instalaciones del Hospital Psiquiátrico de la ciudad hasta que fue trasladado a su ubicación actual. El templo, que nunca dejó de ser utilizado como iglesia, es actualmente templo cofrade donde radica la sede canónica de la Hermandad del Calvario.
Tras el abandono del Convento de la Antigua por su lejanía al núcleo de la ciudad antigua, los Franciscanos descalzos decidieron crear una nueva fundación religiosa cerca de la Puerta de Santiago, actual calle Almendralejo. La iglesia del convento, hoy bajo la advocación de la Virgen del Carmen, comienza a construirse en 1721 siendo consagrada, según indica la lápida conmemorativa de la fachada barroca, el 19 de octubre de 1737.
El convento estuvo en funcionamiento hasta el siglo XIX, momento en el que las leyes desamortizadoras de la época obligaron a la Orden a abandonar el edificio que sería destinado a funciones públicas. Tras un largo periodo en el que el monasterio fue utilizado como Hospital Psiquiátrico provincial, las dependencias conventuales pasaron a acoger los juzgados de la ciudad y la sede de la Audiencia Provincial hasta su traslado al actual Palacio de Justicia en el complejo administrativo Mérida, Tercer Milenio. Hoy en día, se está estudiando por parte del gobierno local dotar al edificio de un contenido cultural.
Sin embargo, el templo corrió una suerte diferente ya que, desde su fundación, nunca dejó de cumplir con las funciones litúrgicas y religiosas para las que fue concebido. En la década de los noventa, mientras duraron las obras de excavación de la cripta de la Basílica de Santa Eulalia, fue la iglesia escogida para albergar a la patrona de la ciudad. En 2009, fue erigido, por parte del Arzobispado de la ciudad, como templo cofrade, sede canónica de la centenaria Hermandad del Calvario y escenario privilegiado de los muchos actos y funciones religiosas que se suceden en la ciudad en torno a la fiesta de la Semana Santa.
El templo responde al llamado barroco desornamentado. Con planta de cruz latina, la iglesia presenta crucero de escasas dimensiones. Su cabecera cuadrada se comunica, por un arco de medio punto abocinado, con un camarín de gran belleza arquitectonica.




La invasión francesa en 1808 y la conocida Guerra de la Independencia que trajo como consecuencia, deja una profunda huella en la ciudad al ser destruida en gran parte. Es a mediados del siglo XIX cuando se vislumbra un renacer de Mérida con la instalación del ferrocarril y las industrias que, atraídas por ese revolucionario medio de transporte, se asentaron en las inmediaciones de la estación ferroviaria. A finales del siglo XIX y principios del XX comienza un nuevo programa regeneracionista, un movimiento que pretendía la renovación social, política y económica del país- que deja sus huellas en abundantes obras de infraestructura (puente del ferrocarril, primera circunvalación de Mérida por las calles Morería y Almendralejo), construcciones inspiradas en el Renacimiento, neoclásicas, (fuente de la plaza, edificio del Ayuntamiento, colegio Trajano), o en otros estilos artísticos (Mercado de Calatrava, Plaza de Toros, Palacio de la China) o modernistas como son muchas de las grandes casas que se distribuyen por Plaza, calle Santa Eulalia y sus inmediaciones. 


Desde su ordenamiento como tal, en época de los Reyes Católicos, la plaza ha sido lugar de mercado y donde se hallaban los pilares o fuentes de agua corriente. Sirvió igualmente como estrado para funciones teatrales, coso para corridas de toros a la jineta, marco de ajusticiamientos, mascaradas, luminarias, juegos de cañas y procesiones. Aquí recibía el pueblo a los monarcas y miembros de su familia en sus regias visitas, aquí también se proclamaba fidelidad a un rey cuando subían al trono o se cumplía con el duelo cuando fallecía. En esta gran plaza de traza rectangular fueron añadiéndose los edificios del poder desde inicios de la Edad Moderna hasta hoy.
De la fisonomía actual de la propia plaza destaca la presencia, en su centro, de una fuente neobarroca de mármol de finales del XIX, obra del taller lisboeta de Germano José do Salles. De un gran estanque circular emerge un pedestal con amorcillos que, montados sobre delfines, van haciendo sonar unas cornucopias. Sobre este pedestal asientan sendos estanquecillos a modo de bandejas circulares, profusamente decorados con motivos vegetales. El conjunto remata en un capitel corintio.
Los soportales que se conservan, y que circundaban todo el recinto, son fruto de varias reformas. En sus diferentes fachadas se encuentran El Palacio de Los Mendoza, La Casa de Los Pacheco, El Círculo Emeritense, La Casa Consistorial, El Palacio de La China y en una esquina la Concatedral de Santa María.




La casa consistorial de Mérida es un edificio de estilo neoclásico situado en la plaza de España que sirve de sede al Ayuntamiento de Mérida y Fue construido en la segunda mitad del siglo XIX. A comienzos de la década de 1860, el antiguo edificio de la casa consistorial de Mérida, ubicado en el mismo lugar donde se encuentra el actual, amenazaba ruina y se juzgó necesario su derrumbe para levantar un edificio de nueva planta. El proyecto fue encomendado al arquitecto Manuel Villar, que lo tuvo terminado el 12 de agosto de 1863.​ El presupuesto inicial elaborado por el arquitecto ascendía a 146.947 reales de vellón. Posteriormente, en enero de 1865, un informe de Obras Públicas obligó a modificar algunos aspectos y el presupuesto se elevó a 196.991 reales. Un mes después, a día 8 de mayo, se publicó la convocatoria para recibir propuestas de construcción, tanto en el Boletín Oficial de la Provincia de Badajoz como en la Gaceta de Madrid. Se recibieron cuatro propuestas, resultando adjudicatario Deogracias Barrio Pedro por presentar la más económica (189.900 reales).​
Las obras comenzaron en agosto de 1865 con los trabajos de demolición del edificio antiguo y finalizaron en marzo de 1866. El ayuntamiento se negó a pagar el segundo plazo al constructor hasta que se repararan varios desperfectos que se habían observado. Finalmente, la obra costó 211.165 reales. El reloj se construyó en 1883, según se lee en la inscripción del propio edificio, aunque no existe documentación sobre la construcción de este elemento.​ Posteriormente el edificio ha sido ampliado y reformado en varias ocasiones. Desde principios de la década de 1980, la fachada del edificio tuvo como colores predominantes el blanco y el albero. En abril de 2018 se sustituyeron las franjas de albero por pintura de color gris.
El edificio es de estilo neoclásico. La planta baja está presidida por soportales con tres arcos de medio punto. En la primera planta se encuentra una balconada a la que dan acceso tres puertas separadas por grandes pilastras de orden dórico. La fachada está rematada por un reloj con la fecha 1883 superpuesta.


El Palacio de la China es un palacio situado en la plaza de España que fue construido en 1928 para albergar una galería comercial y se caracteriza por su arquitectura ecléctica, combinando varios estilos, aunque el más señalado es el neomudéjar, influenciado por el regionalismo historicista andaluz y especialmente sevillano. Debe su nombre a los motivos orientales con los que está decorado.
Durante la década de 1940 del primer franquismo, época conocida como «los años del hambre», la entrega de las cartillas de racionamiento a los vecinos se realizaba en el Palacio de la China.​
Desde la década de 1980 hasta los años 2000 el edificio estuvo más de veinte años cerrado. En el año 2008 el edificio se encontraba dividido en dos partes. Una estaba ocupada por un local comercial y por dependencias de la Consejería de Educación de la Junta de Extremadura. La otra mitad fue adquirida en el año 2008 por la empresa Construcciones Parejo para instalar otro local comercial en la planta baja y varias oficinas en las tres plantas superiores. La compra se realizó por 1,68 millones de euros.​
En diciembre de 2016 se desprendió parte de uno de los pináculos del edificio, lo que obligó a precintar la zona para evitar accidentes.​ Debido a la falta de medios económicos del propietario para proceder a la reparación, fue el Ayuntamiento de Mérida quien finalmente financió y ejecutó los trabajos de restauración. En febrero de 2017 se procedió a la revisión de las volutas y pináculos de las cornisas y de los azulejos de los balcones. Se retiraron 4 piezas completas y 21 fragmentos que presentaban riesgo de desprendimiento. Estas piezas se llevaron al almacén del Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida para luego restituirlos en su lugar.


Mérida ha contado con una dilatada tradición taurina, ligada primeramente a capeas organizadas por cofradías, tales como la organizada en 1460 por la cofradía de San Gregorio Ostiense, patrón protector contra las plagas de langosta.
En los siglos XVI y XVII va a ser la propia plaza mayor de la localidad el escenario de espectáculos de cañas, mascaradas, fuegos de artificio y corridas de toros a caballo. Y, aunque sigan celebrándose festejos en la plaza mayor hasta 1789, las caveas superiores del Teatro Romano, conocidas popularmente como «Las Siete Sillas», unidas a un cerramiento de mampuesto, pasaron a ser, al menos desde 1777, escenario de novilladas y otros festejos taurinos.
Consta la existencia efímera de una plaza de toros de madera en 1883, ubicada cerca de la puerta de San Salvador, concretamente en el conocido como Corralón de los Pacheco. Pero no es hasta 1902 cuando, al rebufo del esplendor industrial y comercial que el ferrocarril, estaba aportando a la ciudad, una parte de la sociedad emeritense, a imitación de lo que estaba sucediendo en buena parte de las capitales españolas, quiso construir un coso taurino de fábrica de los denominados «monumentales». Se ubicó fuera de la ciudad, concretamente en la coronación del Cerro de San Albín, la cota más elevada de la ciudad hacia el sur. De tal manera que el edificio se convertiría en el más significativo hito visual de la urbe, aparte de iniciar el crecimiento de la ciudad a su alrededor (zona conocida como «Ensanche»).
El 30 de diciembre de ese mismo año de 1902, se constituyó la Sociedad Taurina Extremeña, cediendo los terrenos, entonces arrendados para sembrar cebada, don Fidel Macías. Se inician los trabajos tomando mediciones de la plaza de Peñarroya (Córdoba) y la Plaza Vieja de Badajoz (hoy desaparecida), para evaluar costes del proyecto. Paralelamente se explanan los terrenos apareciendo un depósito de excepcionales esculturas romanas ligadas, muy probablemente, a un edificio de culto mitraico. Estas esculturas (entre otras, representaciones de Aion Cronos, Mercurio o el propio río Anas) fueron recuperadas por José Ramón Mélida e ingresadas en el entonces Museo Arqueológico de Mérida, constituyendo uno de los conjuntos más destacados de los talleres de marmorarii y sculptoresemeritenses.
Las obras de la plaza se paralizan en 1903, cuando estaba casi rematada la primera planta del edificio. No será hasta 1912 cuando una renovada Sociedad Taurina Extremeña, S.A., presidida por don Juan Macías Rodríguez, y de la que fueron accionistas un gran número de emeritenses, reinicia la obra que será rematada en 1914, teniendo lugar el festejo inaugural el 5 de julio de ese mismo año.
Este impulso final vino motivado, en buena medida, por tres razones: tener a la cabeza de la municipalidad a don Pedro María Plano, uno de los mejores alcaldes de la ciudad en su historia; haberse concluido las excavaciones de algunos edificios de época romana, especialmente el Teatro y el Anfiteatro, y ser la década que media entre 1910 y 1920 un momento álgido de la Fiesta, conocido como Edad de Oro del Toreo (fruto de la pugna entre dos toreros singulares, Joselito y Belmonte). Los emeritenses no querían perder la oportunidad de convertirse en anfitriones de estos dos colosos del toreo, si bien el cartel de la corrida inaugural estuvo compuesto por Tomás Alarcón «Mazzantinito», el magistral torero azteca Rodolfo Gaona y Franciso Posada, un torero de efímera existencia pero que se significó por su valentía y acierto con la espada. En la reseña de su inauguración en la revista taurina Sol y Sombra, firmada por M. Asins, describe la plaza como «capaz para 12.000 almas, está dotada de corrales, cuadras, hermosos chiqueros, una preciosa capilla y una enfermería montada con arreglo a los últimos adelantos de la cirugía».
La plaza fue clasificada desde su inauguración de segunda categoría, rango que ostentaban entonces los cosos de Algeciras, Aranjuez, Cartagena, Gijón, Jerez de la Frontera, Linares y El Puerto de Santa María. Este detalle viene a destacar la importancia dada a esta plaza por la que han pasado las más importantes figuras del toreo de a pie o a caballo y, cómo no, los mejores hierros de la ganadería brava nacional.
Para el diseño de la plaza, la Taurina Extremeña buscó un profesional de prestigio, el arquitecto municipal de Badajoz (también lo fue provincial por algunos años) Ventura Vaca, cuya obra se inserta en las corrientes propias de la época, desde el modernismo hasta el eclecticismo (es obra suya el edificio de las Tres Campanas de Badajoz, que podríamos definir de estilo Francés Segundo Imperio; no obstante, en su interior desarrolla una notable arquitectura de hierro). Vaca, aunque en lo formal se mantenga acorde a la tradición, será en los detalles decorativos donde experimente novedades de un modernismo que llega a Extremadura de forma tardía.
Durante la guerra civil española, ante la imposibilidad del Cuartel de Artillería para albergar la gran afluencia de prisioneros republicanos, en enero de 1939 se habilita el coso taurino como parte del campo de concentración franquista ubicado en la localidad,​ que en total llegará a albergar a 9.000 internados. Se cerrará definitivamente como tal en octubre de ese mismo año, ya terminada la guerra.

La plaza de toros de Mérida responde al modelo monumental, con fachada en la que dominan las masas de pilastras de sustentación, los vanos de las puertas y ventanas en arcos de medio punto de la primera planta y los arcos tripartitos de los dos cuerpos superiores, que pretenden ajimeces y alfices. Los tonos almagra y albero y el encalado en blanco, que siempre ha lucido la fachada, recrea el modelo cromático de las dovelas de edificios califales. Por supuesto, destaca la portada principal tripartita (coincidente en el interior con la presidencia), que mira a la avenida en la que se prolonga la calle Oviedo (antigua carretera de Don Álvaro), uno de los accesos principales a la ciudad. Presenta ventanales semicirculares y adintelados, y está rematada por merlones y almenas.
Todo el conjunto externo responde a referencias estéticas del mundo árabe (neomudejarismo o alhambrismo), expresión hispana de un romanticismo vernáculo que Ventura Vaca adopta en esta obra, renunciando a los cánones clasicistas de la ilustración. Tiene su modelo último en la desaparecida plaza de la Carretera de Aragón (1874), obra de Emilio Rodríguez Ayuso y Lorenzo Álvarez. No obstante, es muy semejante tipológicamente a las plazas del Puerto de Santa María, de Jerez de la Frontera y, sobre todo, al coso de la Malagueta, en Málaga.
En lo estructural, la plaza es exenta y circular, siendo todos sus muros de carga de fábrica, mientras que sus localidades están hechas en obra fija de mampostería y ladrillo; si bien, estas fueron originalmente de madera hasta 1941. Los muros de corrales y patio de cuadrillas son de fábrica y tapial, en tanto que arcos y solería son de ladrillo macizo.
La plaza consta en el exterior de tres pisos, como ya se dijo, que se corresponden en el interior con el tendido y dos gradas cubiertas. La grada superior está reforzada por columnas de fundición. La cubierta superior de esta grada queda hoy deformada al perder sus originales soportes de forja y la techumbre en una desafortunada reforma llevada a cabo en 1962/1963, lo que le da al interior un falso aspecto de obra inacabada.


El puente de Hierro de Mérida es un antiguo puente ferroviario, aún en uso, que cruza sobre el río Guadiana en la ciudad. Su construcción fue aprobada por el Ministerio de Fomento en 1882 y se inauguró al año siguiente para el paso de la línea ferroviaria Mérida-Sevilla, concesión de la compañía MZA, aunque no entró en servicio hasta 1885 con la apertura del trazado.​ Se trata de la primera arquitectura de hierro construida en Mérida y uno de los puentes urbanos de estas características más largos de España. Su construcción dio lugar a algunos problemas de estabilidad, por ello una de sus pilas fue apodada "la millonaria", debido al incremento de presupuesto que supuso hacer una zanja de 20 metros. El puente sigue en activo hoy en día. En 2022 se anunció que se acelera su proceso para ser declarado Bien de Interés Cultural por su relevancia histórica y técnica. Asimismo Adif anunciaba una partida de 10 millones de euros para su restauración.
Se sitúa entre el puente Lusitania y el puente de la Autovía E-308. La zona se llama parque de la Isla. En total suma 605 metros, los necesarios para salvar el río y su ribera inundable. Consta de 11 tramos de 55 metros cada uno y está construido con vigas de celosía tipo "Linville". Su estructura también se conoce como de "tipo americano". Las piezas están unida por la técnica del roblonado. El diseño correspondió a Eduardo Peralta aunque las piezas fueron traídas del extranjero, siendo su responsable William Finch Featherstone, quien probablemente supervisó las obras junto con los ingenieros jefes de Madrid.​ Su armazón se sostiene sobre dos estribos y 10 pilares.


En 1910, con la excavación del Teatro Romano, comienzan las intervenciones arqueológicas sistemáticas en la ciudad en un proceso que, tras diferentes etapas, derivó en la constitución, en 1996, del Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida. A mediados del siglo XX, Mérida vive un fuerte impulso industrial de la mano de su Matadero Regional, corchera, hilaturas... Un nuevo puente sobre el Guadiana (Puente Nuevo) sienta las bases para poner en marcha un nuevo proyecto de ensanche para la ciudad de la segunda mitad del siglo XX.
Y, por fin, una vez más, con la recuperación de la Democracia en España y la reorganización del territorio nacional en Comunidades Autónomas, Mérida vuelve a acoger, desde 1983, la sede de las Instituciones Autonómicas y la capitalidad de Extremadura ocupando, en principio, antiguos edificios como el del hospital de San Juan de Dios (Asamblea de Extremadura), conventual santiaguista (Presidencia de la Junta), Convento de Santa Clara (Consejería de Educación). Desde entonces, la ciudad se ha visto involucrada en un amplio proceso de remodelación urbanística para la modernización y adecuación a los tiempos de sus vías de comunicaciones internas, sus zonas de servicios, áreas residenciales, etc. Fruto de este proceso son las importantes edificaciones que desde la década de los años ochenta vienen ampliando el número de construcciones relevantes de Mérida y que, a su vez, están contribuyendo a la exhumación de restos arqueológicos como ha sucedido en el espacio ocupado por el Museo Nacional de Arte Romano o las Nuevas Consejerías. Se ha levantado un nuevo puente sobre el Guadiana, el Lusitania que comunica el antiguo casco histórico con la zona de expansión urbanística que representa el Polígono Nueva Ciudad donde se asientan edificaciones como las del hospital, central de teléfonos, televisión, biblioteca pública del Estado, escuela de administración pública, palacio de congresos...
La urbanización de los cauces de los ríos Guadiana y Albarregas ha proporcionado a la ciudad nuevos espacios de expansión que se reparten zonas verdes, sendas de paseo, áreas deportivas, etc. En los últimos veinticinco años, la ciudad ha duplicado su población, ha recuperado alguna de sus antiguas dignidades como es la arzobispal, si bien compartida con Badajoz. El nombramiento en 1973 de Mérida como "Conjunto Histórico-Arqueológico" y en 1993 la catalogación como Conjunto Arqueológico de Mérida Patrimonio de la Humanidad, ha implicado un reconocimiento del mismo pero, además, compromete a la ciudad a tomar mayores medidas de conservación y protección.  





El Museo Nacional de Arte Romano de Mérida fue inaugurado el 19 de septiembre de 1986 en su emplazamiento actual, obra del arquitecto Rafael Moneo. Se trata de un centro investigador y difusor de la cultura romana donde, además de acoger los hallazgos arqueológicos de la antigua ciudad romana Augusta Emerita, se celebran congresos, coloquios, conferencias, cursos, exposiciones y otras muchas actividades de ámbito nacional e internacional. Es uno de los edificios Patrimonio de la Humanidad de la Unesco como parte del Conjunto arqueológico de Mérida. Es un Museo Nacional de España adscrito al Ministerio de Cultura y Deporte, es de gestión exclusiva de la Dirección General de Bellas Artes y Patrimonio Cultural.
Los precedentes del Museo Nacional de Arte Romano se remontan al siglo XVI, cuando don Fernando de Vera y Vargas, señor don Tello y Sierra Brava, comenzó a formar una importante colección epigráfica en su palacio. Su hijo, el conde de la Roca, la mantuvo y aumentó, colocando algunas piezas en la fachada del edificio, que fue derribado a finales del siglo XIX. En el siglo XVIII vamos a asistir a la creación de dos colecciones de piezas arqueológicas, una en la Alcazaba de Mérida y otra en el Convento de Jesús Nazareno. Desde entonces, a raíz de varias excavaciones, así como de muchos hallazgos fortuitos, las colecciones antes citadas se van a incrementar notablemente.
En 1838, como consecuencia de la Desamortización, el Estado decidió ceder la Iglesia de Santa Clara (donde actualmente se encuentra el Museo Visigodo), con objeto de que en dicho edificio se instalaran las piezas arqueológicas emeritenses. El primer inventario, realizado en 1910, reflejó la existencia de un total de 557 objetos.
En ese mismo año, bajo la dirección del catedrático de Arqueología de la Universidad de Madrid José Ramón Mélida y del erudito local Maximiliano Macías, se iniciaron las primeras investigaciones arqueológicas con una metodología más o menos científica en diversos puntos de la ciudad: teatro, anfiteatro, circo, necrópolis... gracias a las cuales, cuando en 1929 Mélida y Macías dan al poco más que suntuoso almacén un formato museográfico, los fondos alcanzaban las 3.000 piezas.
Tras la Guerra Civil se reanudaron las excavaciones en la ciudad, que, de forma bastante regular, se siguieron realizando sistemáticamente. Siendo conscientes las autoridades de que la antigua Iglesia de Santa Clara no tenía espacio suficiente para albergar los nuevos descubrimientos, y con el decidido impulso del entonces director del Museo José Álvarez y Sáenz de Buruaga, se empezó a pensar en la creación de un nuevo edificio para mostrar y almacenar mejor la arqueología emeritense, hasta que por fin en 1975, con motivo del bimilenario de la ciudad, se decide la creación del Museo Nacional de Arte Romano, el primero que, fuera de Madrid, tuvo el rango de nacional.
Pocos años más tarde, en 1979 el proyecto del edificio fue encargado al arquitecto Rafael Moneo Vallés quien lo llevó a cabo entre 1980 y 1986, siendo inaugurado el 19 de septiembre de 1986 por los Reyes de España, en presencia del presidente de la República de Italia Francesco Cossiga, como una forma simbólica de renovar los antiguos vínculos. Actualmente el museo alberga más de 36.000 piezas, y acaba de festejar en 2011 su XXV aniversario, habiendo recibido en este tiempo unos cinco millones de visitantes, y actuado como el motor de la transformación radical del turismo de Mérida.


El edificio, proyectado por Moneo a partir del otoño de 1979, y construido entre 1980 y 1986, atrajo rápidamente el reconocimiento internacional, no sólo como una de las primeras obras maestras del arquitecto navarro, y la primera suya conocida y apreciada en el extranjero, sino también como la obra que marcó el principio de un periodo fructífero de la producción arquitectónica española, que pasó a captar la atención de arquitectos y críticos de todo el mundo. El principal objetivo del arquitecto en este proyecto fue que el museo tuviera el carácter y la presencia de un edificio romano. Toda la arquitectura se encuentra fuertemente ligada, en su materialidad, al contenido que expone y a la cultura que referencia. Aunque en una primera visión del museo esto puede parecer un objetivo sencillo, sin embargo, más allá de esta aparente simplicidad del esquema constructivo, se encuentra una compleja concepción arquitectónica, rica en asociaciones históricas y con sutiles articulaciones espaciales. El complejo consiste en dos volúmenes conectados por un puente, con un interior a base de arcos, diafragmas e iluminación central. Fue dedicado por Moneo a la memoria de su padre, quien falleció durante los trabajos.
En su interior podremos admirar una de las mejores colecciones de escultura romana y de mosaicos de la península. A través de la visita a sus salas comprenderemos cómo funcionaba una gran ciudad romana y cómo desde ésta se administraba una vasta provincia, la más occidental del Imperio Romano.
También visitar este Museo nos permite acercarnos a los más variados aspectos de la vida diaria de los primeros emeritenses. Su cripta alberga, entre otros vestigios, restos de viviendas extramuros decoradas con interesantes pinturas así como algunos enterramientos.


La Biblioteca Pública del Estado "Jesús Delgado Valhondo" de Mérida se inauguró el día 5 de mayo de 1999. Fue construida en la margen izquierda del río Guadiana en un edificio de cuatro plantas y una superficie total de 4.900 m2.
El arquitecto Luis Arranz Algueró proyectó el edificio como tres cubos entrelazados, en los que se sitúan los principales servicios al público. Una gran cuña de granito, que surge del terreno, alberga el salón de actos. El enclave entre dos puentes: el romano y el Lusitania, y entre dos ciudades: la nueva y la antigua, permite a nuestros usuarios disfrutar de una magnifica vista del río, de los puentes y de la ciudad. Esta ubicación entre la ciudad nueva y la antigua también ha influido en la elección de los materiales de construcción: tradicionales, como el granito y nuevos, como el metal y el cristal.
Sus funciones se centran en reunir, organizar y ofrecer al público para su consulta y préstamo una colección en todos sus soportes que permita a los ciudadanos acceder libremente a una información general y local. Además, debe permitir el acceso libre y gratuito a las tecnologías de la información y la comunicación, fomentando el acceso a la cultura y promoviendo actividades que sirvan de punto de encuentro de la comunidad a la que sirve.


El Palacio de Congresos de Mérida, inaugurado en mayo de 2004, lo componen dos edificios que se encuentran unidos por un hall principal y por la sala de exposiciones. Cuenta con 4 auditorios y un gran número de dependencias que le confieren una gran versatilidad para todo tipo de eventos.
Los arquitectos Nieto y Sobejano, ganadores de medio centenar de premios en concursos de arquitectura, diseñaron un edificio único con una fuerte carga simbólica y dos zonas diferenciadas unidas por una gran terraza con vistas al Guadiana.
El edificio está concebido como una pieza unitaria, vaciada en su interior para conformar un nuevo espacio público. Este nuevo espacio público lo constituye una gran terraza sobreelevada desde donde poder disfrutar de las vistas. La plataforma actúa como espacio común y de acceso de los dos auditorios y la zona de congresos y exposiciones. Esta configuración permitie la independencia de ambos, posibilitando el uso simultáneo del edificio como auditorio y palacio de congresos y exposiciones.
Consta de 5 plantas con un total de 9.656,96 m² de superficie construida, la sala principal, con capacidad para 1000 espectadores, es un volumen con forma de prisma rectangular que alberga un patio de butacas con inclinaciones variables. Esta configuración, unida a la disposición de paneles acústicos en el techo, posibilitan unas cualidades acústicas óptimas para la celebración de conciertos. La sala menor posee una gran apertura acristalada que comunica visualmente el espacio interior con la plaza de acceso. Las áreas de exposiciones y congresos, concebidas como una secuencia de espacios vacíos y amplios se sitúan en la planta baja y semisótano.
Constructivamente, cabe destacar el cerramiento compuesto por paneles de hormigón prefabricado. Este tipo de tecnología empleada permite dotar de textura a la cara exterior vista del panel. En este caso, la textura elegida fue una abstracción de la vista aérea de la ciudad de Mérida, obra de la artista Esther Pizarro. A partir de esta pieza se confeccionaron moldes de goma para elaborar los paneles, que se montaron posteriormente sobre la estructura portante para formar un mosaico. El resultado es una imagen potente y característica debido al fuerte texturado del cerramiento de los grandes volúmenes ciegos de los auditorios.


Otros lugares que el viajero puede visitar por esta ciudad patrimonio de la humanidad son el Mausoleo Romano, la muralla-torre albarrana, el Albergue de Peregrinos Molino de Pan Caliente, la Ermita de Nuestra Señora de la Antigua, el Monumento a los Emeritenses, El Porteador, la Loba Capitolina, el Rollo, las Siete Pilillas y las Termas Romanas de Alange.

La construcción de la torre albarrana data del siglo XII, adosada a la muralla emiral del siglo IX, primando sillares romanos aprovechados de unas determinadas medidas, y en las albarranas y sus puentes con arcos de medio punto, la sillería aunque siendo romana la forman diferentes aparejos. Estas torres pertenecen a la etapa almohade y forman una T y arcos de medio punto alternando dóvelas de piedra y de ladrillos.


El Porteador es una escultura obra del extremeño Rufino Mesa perteneciente a la serie "Señales en la piel" situada junto a la entrada del Teatro romano. Como el resto de la serie, la escultura tiene carácter totémico y su factura recuerda las manifestaciones ibéricas. La escultura esa formada por dos piedras, ambas talladas con rostros humanos, una de las cuales parece portar sobre su cabeza a la otra.


El Monumento a los Emeritenses es una espectacular escultura representando una piedad es obra del conocido escultor emeritense Juan de Ávalos, autor, igualmente, de las esculturas del Valle de los Caídos en Madrid. Fue erigida en el año 1976 y con esta imagen se realiza un homenaje a los emeritenses que dieron su vida en cualquiera de las guerras en que España participó de forma activa.


De la Ermita de Nuestra Señora de la Antigua los primeros datos conocidos se remontan a finales del siglo XV. Era una ermita rural bastante alejada del casco urbano. De estilo gótico, posee una sola nave cubierta con bóveda de crucería rematada en un ábside que se marca exteriormente. Conserva una portada renacentista y otra manierista. La ermita contó con una imagen gótica de la Virgen del mismo nombre,
A finales del siglo XVI, el edificio forma parte del Convento de la Orden de los Franciscanos Descalzos, aunque, debido al estado en ruinas en el que se encontraba, es abandonada por los frailes para trasladarse a la actual calle Almendralejo, junto a la Iglesia del Carmen, durante el siglo XVIII.
Con las desamortizaciones del siglo XIX, el edificio pasa a manos particulares. Recientemente fue adquirido por el Ayuntamiento que lo rehabilitó y se lo cedió al Arzobispado, recuperando el templo su función litúrgica y de culto.


El Rollo se encuentra al final del puente romano y es una columna hecha de piedra, que representa la categoría administrativa de la ciudad o pueblo. Era también una columna, sobre la que se exponían a los reos, o incluso a los cuerpos, o cabezas de los ajusticiados. Con frecuencia unían ambas funciones.
En el siglo XIII, ya aparecen citadas las penas de exhibición para la deshonra, por los delitos cometidos, en las Partidas de Alfonso X, pero la mayoría de los rollos, se construyeron en los siglos XVI y XVII, como muestra de las exenciones y privilegios otorgados por la Corona, a los lugares que contribuían para sufragar los enormes gastos de la guerra. Ya en la Edad Media, se encontraba este rollo en un ángulo de la Plaza. «cerca de la iglesia de Nuestra Señora.» Posiblemente con el tiempo, este se caería, por lo que entorpecía el paso de los ciudadanos. Por este motivo, el Cabildo consideró el trasladarlo a un lugar mas apartado, y pensaron en el camino de San Lázaro o el de los Mártires y para ello adquirieron terrenos para instalarlo en ellos. La picota ya había dejado su función, ya ni representaba el poder jurídico, ni se utilizaba para castigo de delincuentes. A la otra parte, se encuentra un pozo y abrevadero, que nos recuerda, que la ciudad de Mérida no sólo no prosperó en el tiempo, y mantuvo una agricultura y ganadería casi de subsistencia, sino que incluso las guerras se cebaron en ella, reduciendo su población y la riqueza.


Luperca es el nombre de la loba que según la mitología amamantó a Rómulo y Remo cuando estos fueron mandados matar por el rey Amulio. Actualmente la estatua dedicada a ella, llamada "la loba capitolina", se conserva en los Museos Capitolinos en Roma. Se trata de una figura en bronce, de 75 centímetros de altura, y a la que posteriormente, se le añadieron las esculturas de los niños Rómulo y Remo amamantando, para representar la leyenda mitológica de la fundación de Roma (posiblemente en el siglo XV)
Según la mitología ambos hermanos fundaron la ciudad de Roma, al menos siete siglos a.C. Cerca de la desembocadura del río Tíber existían lo que llamaban "Las siete colinas". En una de ellas, denominada "Palatino", es donde Rómulo quiso fundar Roma, ya que sobre esta colina volaban más buitres, tomando esta decisión por costumbres etrusca. Rómulo, con una arado, realizó una línea y advirtió que todo aquél que cruzara esa línea moriría. Remo osó cruzarla, y Rómulo le asesinó convirtiéndose en el primer Rey de Roma.
La obra de Mérida es una copia de dicha escultura que fue donada por la ciudad de Roma en el año 1997.
Fue la ciudad de Mérida la que en el año 1996 se pone en contacto con el embajador italiano, Raniero Vagnni D´Archiarafi quien desinteresadamente comienza a realizar las gestiones oportunas para conseguir que Mérida gozase de esta pieza. En poco tiempo partía desde la ciudad de Roma un camión, portando la réplica de la loba romana, con destino Mérida. Para su ubicación se construyó una plaza en la entrada del puente romano (Plaza de Roma), que consta de un parque y una rotonda de 10 metros de diámetro rodeada por unas vallas denominadas “Tipo Mérida”, similares a las utilizadas por los romanos y características de esta ciudad. La loba capitolina se encuentra en lo alto de un pedestal contemplando el paso del río Guadiana por esta histórica ciudad.



Mérida, conocida popularmente como la pequeña roma, es la antigua Emerita Augusta, cuyos restos arqueológicos son Patrimonio de la Humanidad por su alto valor histórico-artístico. Un viaje por la historia de España; romana, visigoda, árabe, medieval y cristiana.
Mérida es una de las ciudades más importantes desde el punto de vista arqueológico con que cuenta España. Sin duda tan merecida fama le viene por haberse conservado un legado de arquitectura y escultura romanas de primera magnitud en Europa.


GASTRONOMIA:

La gastronomía emeritense se basa en productos proporcionados por la naturaleza: el jamón ibérico, quesos, aceites, hortalizas, frutas silvestres, carnes, especias... Como capital de Extremadura, Mérida ha sabido ponerse a la altura en la confección y presentación de los platos típicos de la región en sus bares y restaurantes. Platos de prestigio como el gazpacho o el ajoblanco, la ternera retinta condimentada a la pimienta, la caldereta de cordero, el conejo, la perdiz o la liebre se unen a los platos de la cocina tradicional de nombres muy extremeños, como el cojondongo, las migas, el zorongollo, los jilimojas o la cardincha de paleta de borrego. Se tienen numerosos datos sobre la gastronomía romana, sus ingredientes y su presentación, que en épocas estivales son utilizadas por diversos restaurantes de la ciudad que ofrecen cenas y comidas romanas. De igual forma, y como buena opción para los visitantes, en Mérida existe una Feria de la Tapa, celebrada en IFEME. Tras esta comienza la Ruta de la Tapa, que ofrece la posibilidad de conocer parte de esta gastronomía al tiempo que se realiza la visita a la ciudad.


FIESTAS:

Carnaval Romano de Mérida: en febrero, del que se ha elaborado el expediente para declaración de Interés Turístico Regional.
Semana Santa de Mérida: marzo-abril. Declarada de Interés Turístico Internacional mediante Resolución de la Secretaría de Estado para el Turismo con fecha de 6 de agosto de 2018.
Emérita Lúdica es un festival de recreación histórica sobre el mundo romano, declarada fiesta de Interés Turístico de Extremadura, celebrado anualmente en el mes de junio.
Feria de septiembre: son las fiestas más importantes de la capital y se celebran durante la primera semana de septiembre. Su origen se remonta a la feria de la Asunción, que tenía lugar el 15 de agosto. En ella, además de los actos religiosos, que tenían lugar en la catedral, se realizaban espectáculos taurinos. A lo largo del siglo XVIII la feria fue atrasándose para convertirse, primero, en la feria de san Bartolomé y pasar, posteriormente, a la fecha en la que se celebra hoy en día.​
Día de Extremadura: 8 de septiembre. En la víspera de la festividad, el teatro romano de la capital se convierte en el marco en el que se celebra el acto institucional de la comunidad y la entrega de las Medallas de Extremadura.
Feria Chica: importante feria gitana celebrada en la festividad del 12 de octubre.​
Santa Eulalia de Mérida, tiene lugar el 10 de diciembre. Fiesta de marcado carácter religioso en la que se conmemora el martirio de Santa Eulalia, patrona de la ciudad.





No hay comentarios:

Publicar un comentario